Etapas fenológicas del cultivo de mandarina

Análisis fenológico: Etapas fenológicas del cultivo de mandarina

El cultivo de Citrus reticulata —comúnmente llamado mandarina— transita por una secuencia de procesos fenológicos que, al rastrearse con precisión, permiten optimizar la gestión agronómica, prever rendimientos y planificar intervenciones. Inicialmente la planta se encuentra en estado vegetativo, en el que brotes activos, nuevas hojas y ramas conforman el esqueleto productivo del huerto. Durante esta fase el árbol acumula reservas, desarrolla sistema radicular, y crea flujo de savia que sostiene la masa foliar. Ese desarrollo determina en buena medida su capacidad para inducir la siguiente etapa: la inducción floral. Bajo condiciones de temperaturas disminuidas (por ejemplo entre 15 y 20 °C) y/o estrés hídrico moderado, se activa en las hojas la expresión del gen CiFT, cuya proteína se transporta vía floema hacia los brotes susceptibles y desencadena la transición del meristemo de vegetativo a reproductivo. De este modo la planta orienta recursos hacia la inflorescencia, y las condiciones vividas durante la fase vegetativa se vuelven determinantes del fenómeno floral.

Una vez iniciado el cambio de rumbo hacia la producción de flores se alcanza el estadio de floración o antéesis, durante el cual las inflorescencias emergen, se abren los botones florales y tienen lugar la polinización y el cuajado. En mandarina la floración ocurre típicamente durante primavera en climas subtropicales, aunque en zonas tropicales puede ser más dispersa. El éxito de esta fase depende de múltiples factores: cantidad de flores formadas, porcentaje de cuajado y balance hormonal dentro de la planta. Hormonas como auxinas, gibberelinas y ácido abscísico regulan la formación de flores y su destino reproductivo o abscisión. La formación de flores masivas implica un alto gasto de recursos y sólo un pequeño porcentaje dará frutos maduros; por ello la eficiencia desde la flor hasta el fruto es un indicador clave en fruticultura profesional.

Posteriormente, tras el cuajado, se inicia la etapa de crecimiento del fruto, que contempla la división celular, expansión, acumulación de solutos y maduración fisiológica. En el caso de la mandarina, el fruto pasa por una fase inicial en la que la célula se divide activamente, seguida de una fase de expansión donde el tejido parenquimático y las vesículas de zumo aumentan su tamaño, y finalmente por una fase de maduración, con cambios bioquímicos que mejoran sabor, aroma y calidad exterior. Estudios en cítricos identifican que la aplicación oportuna de potasio tras el cuajado y durante la expansión celular mejora diámetro, peso y calibre del fruto. Durante esta fase el cultivo es muy sensible a la competencia entre frutos y brotes, al riego irregular y a deficiencias nutricionales, que pueden provocar caída de frutos jóvenes o reducción de tamaño final. Una adecuada sincronización de riego, fertilización y manejo de brotes marca la diferencia entre una producción estándar y una de alta calidad.

Al avanzar ese crecimiento, el fruto de mandarina entra en la fase de maduración fisiológica, cuando ya se han cumplido los cambios internos que permiten la comercialización, aunque la cosecha puede todavía modularse según el mercado o requerimientos poscosecha. En esta fase el mesocarpio acumula sólidos solubles, el color de la piel se transforma y se establecen la firmeza, el aroma y el contenido de zumo deseados. En cítricos, estudios muestran que los cambios metabólicos en este período pueden prolongarse varias semanas, y que la variabilidad climática puede alterar significativamente la fecha de recolección óptima. Para el manejo del huerto esto implica que la carga frutal, el calibre, la supervisión de síntomas de estrés y la calibración del rendimiento inciden directamente en la calidad final.

Finalmente, la etapa de cosecha y poscosecha constituye el momento de capitalizar todo el proceso fenológico, pero también el más crítico para preservar el valor del fruto. La madurez correcta, identificada mediante indicadores como contenido de sólidos solubles, firmeza, color y facilidad de desprendimiento, define la entrada al mercado y la vida útil del producto. En mandarina, la correcta selección del punto de corte evita pérdidas por sobremaduración, deterioro y caída prematura. Además, el tratamiento poscosecha —incluyendo lavado, enfriamiento, selección, embalaje y almacenamiento— debe ajustarse al estado fenológico alcanzado al momento de cosecha. Un manejo deficiente en esta fase puede anular ventajas logradas durante todo el ciclo de crecimiento. Aunque la poscosecha no forma parte estricta de la fenología, está íntimamente vinculada al momento de finalización del ciclo productivo y refleja la calidad acumulada a lo largo de las fases precedentes.

La integración de estas etapas fenológicas —vegetativa, inducción floral, floración-cuajado, crecimiento del fruto, maduración, cosecha-poscosecha— ofrece un marco para la planificación técnica del cultivo de mandarina, articulando fisiología, nutrición, riego y estrategias de manejo. Cada transición responde tanto a estímulos ambientales (temperatura, agua, nutrientes) como a señales internas (genes, hormonas, fotosíntesis). Por ejemplo, una inducción floral ineficaz por falta de estímulo térmico o exceso de fruta en el portainjerto puede reducir el número de flores viables; al mismo tiempo, una fase de crecimiento del fruto comprometida por carencia de potasio o riego irregular puede derivar en calibre reducido. Todo ello subraya que el seguimiento fenológico no es solo registro de fechas, sino una herramienta dinámica que vincula la ciencia del árbol con la gestión del huerto.

El conocimiento profundo de estas fases, junto con los indicadores agronómicos adecuados en cada uno de los momentos, permite mejorar rendimientos, aumentar la calidad del fruto y adaptar los calendarios de producción a diferentes condiciones agroclimáticas. En un entorno en el que la variabilidad climática es creciente, el monitoreo fenológico del cultivo de mandarina resulta imprescindible para anticipar problemas, adaptar prácticas y asegurar la sustentabilidad y la eficiencia productiva del sistema citrícola.

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