Se acabó el modelo agrícola de importar lo más barato y exportar lo más caro

¿Se acabó el modelo agrícola de importar lo más barato y exportar lo más caro?

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Hace décadas la globalización trajo consigo una enorme oportunidad para diversos países latinoamericanos: importar los productos agrícolas básicos (granos, sobre todo) a precios bajos, lo que les permitió centrarse en exportar productos agrícolas de alto valor (frutas y hortalizas) a precios altos.

Esta ecuación funcionó a la perfección mientras la globalización fue el eje rector del comercio internacional. Sin embargo, los expertos en geopolítica ya nos advirtieron que la globalización llegó a su fin, para dar paso a una era de bloques.

Lo que esto implica para el comercio agrícola mundial es que, como ya lo estamos viendo, los países están empezando a priorizar su autosuficiencia alimentaria dentro de sus propios bloques.

Ya no se trata solamente de eficiencia logística y rentabilidad económica, pues ahora la seguridad estratégica es un factor que entró en juego: Importar alimentos básicos de otras regiones está dejando de ser viable si esas regiones ponen en riesgo la estabilidad de nuestra región.

En otras palabras, la ecuación que llevó al éxito agrícola a países como México, Perú y Colombia está dejando de funcionar.

Esto no implica que el comercio internacional de productos agrícolas vaya a acabarse, porque todos sabemos que eso es imposible.

Lo que sí implica es que el nivel de riesgo será cada vez mayor, mucho mayor.

Por ejemplo, en un mundo de bloques, los mayores exportadores de granos básicos dejarían de venderle al mejor postor, para venderle al país socio que les resulte más conveniente según sus estrategias geopolíticas.

Otro ejemplo: Muchos países desarrollados buscarán la manera de potenciar su sector agrícola, para depender cada vez menos de sus países proveedores. Reducir la dependencia externa resulta obvio en un contexto en el cual, tu principal proveedor puede ser aliado de uno de tus enemigos geopolíticos.

Suena duro decirlo, pero el sueño de la globalización se terminó.

Latinoamérica fue el gran ganador de la globalización mundial, si nos enfocamos solamente en temas agrícolas, pero el tablero de juego ha cambiado, y es momento de aprender las nuevas reglas de este nuevo juego.

Nuestras ventajas históricas —clima favorable, mano de obra asequible, cercanía a los mercados clave—, ya no son suficientes para garantizar la competitividad.

Ya no basta producir y comercializar con eficiencia, ahora hay que diversificar mercados, fortalecer el consumo interno y, por sobre todo, replantear todas las estrategias que habían funcionada hasta ahora.

No digo que lo hayamos hecho mal, porque de hecho, dadas las condiciones de las últimas décadas, lo hicimos de maravilla. No pudimos haberlo hecho mejor.

Nuestra industria agrícola se volcó a la producción de productos de alto valor, como aguacate, berries, tomate, mango, papaya, pepino, etc., los cuales Estados Unidos nos compraba (y aún nos compra) a precios elevados, en comparación con los precios que se podrían alcanzar en mercado nacional.

Nos dimos ese lujo porque podíamos obtener todo el maíz amarillo, el trigo y la soya que quisiéramos, procedentes como no, de Estados Unidos, a precios mucho menores que si los produjéramos nosotros mismos.

Este juego lo comprendimos a la perfección y lo explotamos al máximo. Pero lo que una vez fue la mejor estrategia posible, ahora se está convirtiendo en una gran vulnerabilidad estratégica.

No debemos alarmarnos, porque sería demasiado ingenuo creer que el mundo siempre iba a ser el mismo. Claro, la velocidad con la que está cambiando todo nos tomó por sorpresa, pero el dilema está claro:

México puede seguir apostando únicamente por un modelo agroexportador, lo que podría seguir funcionando, solo que con un riesgo mucho más elevado; o, podría apostar por encontrar un equilibrio, de socios comerciales, de mercados, de producción de cultivos, etc.

Tampoco se trata de dar un giro proteccionista total, pero se podría fortalecer la producción nacional de granos, invertir en infraestructura agroindustrial y fomentar políticas alimentarias que incentiven el comercial local de una mayor diversidad de productos agrícolas.

Por supuesto, ninguna de estas cuestiones es sencilla, ni se lograría de la noche a la mañana.

¿Cuál sería el nivel de este reto? Difícil de decir, porque estaríamos entrando en terrenos desconocidos. Recordemos que si nunca lo hemos hecho es porque Estados Unidos siempre había estado ahí para nosotros, como nosotros para ellos, pero ahora no creo que alguien se atreva a decir que podemos depositar el 100% de nuestra fe en nuestro vecino del norte.

Entonces, sí, estamos entrando en el declive del modelo de importar lo más barato y vender lo más caro —podríamos estar inmersos durante algunas décadas en este proceso de transición, que, por supuesto, nunca desaparecerá del todo—, pero las decisiones estratégicas deben comenzar a tomarse desde ahora.

Y por supuesto, podría ocurrir que los siguientes gobernantes de los países que dictan la agenda mundial, sean más de construir puentes que murallas, y que hagan que de alguna u otra manera la cooperación mundial vuelva a su cauce.

Sin embargo, esa es solo una posibilidad. Las decisiones que deben tomarse ahora no deben ser bajo el supuesto de lo que podría suceder, sino bajo la certeza de lo que ya está sucediendo. Y lo que está sucediendo es que el mundo se está dividiendo —nuevamente— en bloques, y que esta división cambiará las reglas del juego de la producción, distribución y comercialización de productos agrícolas frescos.

Porque quien espere a que el nuevo orden esté completamente definido para reaccionar, llegará tarde. Así de fácil.

Es momento de actuar con visión, no con nostalgia. De anticiparse, no de resistirse. El modelo comenzó a cambiar, y el verdadero riesgo no está en el cambio, sino en no adaptarse a tiempo.

¿Cuándo comenzaremos a sentir los efectos de esta transición mundial?

Bueno, de hecho ya empezamos a vivir en carne propia los primeros efectos: México está siendo presionado en diversos sectores, entre ellos el agroalimentario, que se están poniendo sobre la mesa y usando como moneda de cambio, para que Estados Unidos logré ciertos avances en otros rubros, como son seguridad e inmigración.

Y aunque en el mundo los condicionamientos al comercio siempre han existido, ahora resultan más agresivos y evidentes que nunca, por las políticas proteccionistas que rigen el escenario actual de las potencias.

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