Cuestionar el diseño del sistema agroalimentario actual nos permite abrir los ojos a realidades que han estado normalizadas durante décadas.
¿Alguna vez te has preguntado por qué cuando una región agrícola sufre, otras se benefician?
Primero ve la siguiente imagen:

Se trata de los precios del tomate mexicano en punto de cruce hacia Estados Unidos.
Hace unos días estaba elaborando un reporte de la exportación de tomate. Esta gráfica de precios me hizo tener que revisar mis archivos de Excel una y otra vez, porque simplemente no me hacía sentido que los precios estuvieran tan bajos.
Revisé cada fórmula de mis archivos, y todo parecía estar en orden. Pero unos precios tan bajos para todos los empaques me hacían dudar.
Abrí mi WhatsApp y le envié la gráfica a un amigo que es responsable de la producción de tomate bajo invernadero en una empresa agroexportadora.
Entonces me confirmó que, efectivamente, los precios estaban así de bajos. ¿La razón? “A nadie le fue mal esta temporada”.
Explico: La producción en las regiones más importantes de producción de tomate rojo, tanto en México como en Estados Unidos, fue de maravilla. Puede considerarse un año atípico, porque siempre sucede algo en alguna región que afecta la producción. Pero este año no. ¿El resultado? Una sobreoferta que terminó por tirar los precios, lo que, irónicamente, terminó perjudicando a todos.
¿Qué pasa en un año “normal”? O a Sinaloa le afectan las heladas, o a Florida le pega un huracán o a California le afecta la sequía. Cualquiera de estas cuestiones se traduce en menos producto en el mercado, por lo que los precios tienden a ser mayores -lo que beneficia bastante a los que no fueron afectados-.
Y esta misma dinámica la podemos ver en muchos otros cultivos, tanto a nivel país como entre varios países. Por lo que pareciera que los sistemas agroalimentarios están basados en la premisa de que a alguien le vaya mal, para que al resto le vaya bien; porque en muchas ocasiones, si a todos les va bien, entonces a nadie le va bien.
Contradictorio, pero el agro es un lugar, lleno de magia, sí, pero también lleno de cuestiones que atentan directamente contra el sentido común.
Por ejemplo, todos sabemos que, cuando una sequía afecta a un país productor de maíz, otros países competidores ven cómo sus exportaciones se disparan. Básicamente los precios internacionales aumentan y los productores de regiones no afectadas obtienen mayores ganancias.
Este sistema genera profundas desigualdades, porque cuando una región sufre una catástrofe de cualquier tipo, no existe un verdadero mecanismo de solidaridad regional o global para mitigar dicho impacto. Más bien, los damnificados quedan a su suerte, mientras que otros se benefician de su pérdida.
Por lo tanto, hasta cierto punto el agro, especialmente la comercialización agrícola, llega a ser un juego de suma cero, donde lo que alguien pierde otros lo ganan.
Claro, no estoy descubriendo aquí el hilo negro, porque este ha sido uno de los fundamentos de la producción y comercialización agrícola mundial, prácticamente desde los inicios de la civilización, como la conocemos hoy en día.
Un ejemplo histórico muy interesante de esto, y también muy crítico, fue La Gran Hambruna Irlandesa, ocurrida entre 1845 a 1852, cuando la escasez de papa -el alimento principal de la población por aquel entonces-, debido a la devastación causada por el tizón tardía de la papa, genero que un millón de irlandeses murieran o emigraran, mientras que los agroexportadores de cereales y carne seguían haciendo negocio. Su lógica fue que el comercio tenía que seguir, aunque la población no tuviera que comer.
O, por ejemplo, en 2012 una severa sequía afectó al cinturón del maíz en Estados Unidos, reduciendo drásticamente la producción estadounidense. Esto disparó los precios globales de los granos, lo cual benefició a países como Brasil y Argentina, que tenían buenas cosechas ese año, y que resultaron con enormes ganancias, porque aprovecharon la oportunidad para exportar más y ganar mercados mientras Estados Unidos se recuperaba.
Otro ejemplo… Entre 2012 y 2014 una plaga de roya devastó los cultivos de café en países como Honduras, Guatemala y El Salvador. Mientras miles de pequeños caficultores perdían sus ingresos en estos países, en Colombia -que había invertido en variedades resistentes- los agricultores de café capitalizaron el vacío de mercado y aumentaron su participación en la exportación mundial.
Incluso, más recientemente, la invasión rusa a Ucrania en 2022 afectó gravemente las exportaciones de trigo, maíz y aceite de girasol desde Ucrania, uno de los grandes graneros del mundo, lo que provocó una crisis global en precios de alimentos. Mientras tanto, países como India, Australia y Estados Unidos aprovecharon la menor oferta para aumentar sus exportaciones de cereales, a precios más altos, beneficiándose de la escasez generada por el conflicto.
Todos estos ejemplos lo que nos demuestran es que el agro, antes que otra cosa, es un negocio, y que se deben aprovechar los momentos de debilidad de los otros, para obtener cierta ventaja, porque los otros harán lo mismo cuando algo nos afecte a nosotros. Suena triste decirlo así, pero es como funciona el sistema agroalimentario global.
Desafortunadamente, como ya mencioné, el que les vaya bien a todos normalmente termina por hacer que a nadie le vaya bien del todo.
Y pasa con prácticamente cualquier cultivo: Si a todos les va bien en temas productivos, entonces habrá mayor cantidad de producto en el mercado, con lo que inmediatamente entra la ley de la oferta y la demanda a equilibrar la situación, y entonces los precios se van caen, afectando la rentabilidad esperada, tanto por agricultores como por comercializadores.
¿Es posible establecer mecanismos de cualquier tipo para que cambiemos esta situación? Lo dudo, porque no es un tema exclusivo del agro, sino que se trata de una consecuencia del sistema capitalista que hemos adoptado, prácticamente en todo el mundo.