El Departamento de Comercio de Estados Unidos anunció que aplicará un arancel del 20.91% a la mayoría de sus importaciones de tomate mexicano. Esta medida entraría en vigor el 14 de julio próximo, cuando el gobierno estadounidense se retiraría del Acuerdo de suspensión de 2019, que había evitado hasta ahora la imposición de un arancel específico para el tomate mexicano.
Eso sí, de aplicarse dicho arancel quedarían exentos ciertos tipos de tomate, como los destinados al procesamiento industrial (para salsas y conservas), así como también los que estén protegidos por algún acuerdo específico con las autoridades de aquel país.
Sin embargo, esta disputa comercial no es nueva. Desde los años 90s, productores de Florida acusaron a los agroexportadores mexicanos de vender tomates por debajo de su valor real, para así ganar cuota de mercado. Esta es una práctica que se conoce como dumping, y está regulada por normas internacionales.
Por ello, en 1996 se firmó el primer Acuerdo de suspensión, por el que México aceptó vender tomates a precios mínimos de referencia establecidos por Estados Unidos, a cambio de que se suspendiera la imposición arancelaria. Dicho acuerdo se ha renovado 4 veces (2002, 2008, 2013 y 2019), aunque siempre en un marco de tensiones.
De hecho, en 2019 Estados Unidos se retiró temporalmente del acuerdo, por lo que entre el 7 de mayo y el 19 de septiembre se aplicó un arancel del 17.56%, que generó complicaciones logísticas y pérdidas millonarias, en ambos lados de la frontera.
¿Ha hecho dumping la industria de mexicana de tomate?
La respuesta corta es un no rotundo. La respuesta larga es que, se trata de una hortaliza cuya producción en México es muchísimo más competitiva que en Estados Unidos, y esto permite que exista una diferencia abismal que deja en franca desventaja a los productores de Florida.
Capitalismo le llaman, y hasta donde sé, su base es el libre mercado; solo que a los creadores del juego no les gusta perder en su propio juego.
Dejando la ironía de lado, el tomate mexicano llega más baratos a los supermercados estadounidenses por ciertos factores, que resultan bastante obvios.
El costo de producción de tomate en México es mucho menor, debido sobre todo a un clima más favorable, que permite una temporada de producción más extendida a lo largo del año, y a la mano de obra más barata, porque cobra en pesos mexicanos.
A veces me pregunto si por aquel lado de la frontera se les olvida que su moneda vale 20 veces más que la nuestra, y que por esta sencilla diferencia producir cualquier cosa acá siempre va a resultar más barato.
Ahora bien, lo más interesante de todo este asunto es: ¿Por qué el tomate? ¿Por qué les molesta tanto? Si la lista de productos hortofrutícolas que México exporta a Estados Unidos, que presentan mayores ventajas competitivas con relación a la producción en Estados Unidos, es tan amplía.
Primero hay que sumergirnos en los datos del USDA para entender mejor de lo que estamos hablando:
Florida es el mayor estado productor de tomate en EE.UU., con un volumen total en 2024 de 310,537 toneladas. En el mismo año las importaciones de tomate mexicano ascendieron a 1,864,081 toneladas. Ya con estas cifras me queda claro que Florida, por sí sola, no puede cubrir la demanda de tomate de los estadounidenses. Por tanto, necesitan importar tomate, y por calidad y precio, el tomate mexicano es su mejor opción.
Pero como me gusta decir: Encuentra un problema que no parezca tener un mínimo de lógica, y siempre habrá un interés político escondido detrás.
Los agricultores de Florida alegan que enfrentan competencia desleal, porque el gobierno mexicano subsidia indirectamente la producción, con apoyos técnicos y programas de fomento agrícola (cosa que sabemos que no ha pasado en muchos años), pero nunca han aportado pruebas claras.
Aquí lo que sucede es que el tomate tiene un enorme peso político en Estados Unidos, porque es un commodity agrícola cuya fluctuación puede fácilmente disparar los precios, generar escasez o, incluso, impactar en la inflación.
De hecho, es bien conocido que la industria del tomate de Florida ha sabido construir una red de influencia mediática, política y económica extremadamente efectiva, con capacidad para incidir de forma directa en la toma de decisiones en Washington.
También se sabe públicamente que la Florida Tomato Exchange, que agrupa a los principales productores del estado, cuenta con una enorme potencia de lobby, con relaciones estrechas con legisladores clave dentro del Congreso. Esto les ha permitido posicionar políticamente al tomate como un tema de “seguridad económica para el agro estadounidense”. Y bueno, siendo Florida un estado políticamente estratégico, resulta obvio que los políticos quieran ganarse el favor de esta industria.
Y quizá su mayor fortaleza de todas, incluso más que su fuerza de cabildeo político, es que han construido una narrativa bastante potente, con un discurso que ha sido magistralmente estructurado (como alguien de marketing agrícola les admiro eso).
No se centran solamente en decir que compiten contra precios injustos, sino que enmarcan su lucha como “una defensa del agricultor estadounidense frente a prácticas extranjeras abusivas”, una idea que cala hondo en los legisladores más proteccionistas y en el sector de consumidores que más apoyan las políticas de “Buy American”.
¿Se impondrá este arancel en la fecha indicada?
No veo cómo, con el volumen que importan desde México, se les va a ocurrir que es una buena medida, porque le darían un golpe directo al bolsillo de sus ciudadanos, e incluso me atrevería a decir, con riesgo de disparar la inflación.
Ahora bien, si alguna vez en la historia de Estados Unidos se tuvieron las condiciones para hacerlo, ese momento es justamente ahora, cuando el proteccionismo político domina en las instituciones tomadoras de decisión.
Yo lo que creo es que se trata de otra herramienta de negociación (para poner, sobre todo, condiciones sobre temas políticos sobre la mesa), que va a hacer que el tomate se mantenga en el ojo del huracán, al menos hasta finales de mayo, cuando la producción en Florida cae prácticamente a cero -manteniéndose así hasta principios de noviembre-. Tendría nulo sentido que cuando no tienen absolutamente nada de producción nacional, sus consumidores tengan que comprar tomate mucho más caro (y como el tomate no tiene productos substitutos, lo van a tener que comprar).
Por supuesto, no es un tema al que debemos de restarle importancia, porque de aplicarse un arancel, incluso de forma temporal, los efectos, especialmente económicos, afectarían inmediatamente a productores y comercializadores, a ambos lados de la frontera.
Fuentes consultadas: