El tomate ( Solanum lycopersicum L. ) atraviesa un trayecto fenológico que revela la naturaleza acumulativa del crecimiento vegetal: cada etapa prepara fisiológicamente a la siguiente, y la eficiencia productiva depende de la sincronía entre factores internos y externos. Desde la germinación hasta la maduración de los frutos, el cultivo despliega un desarrollo que puede dividirse en fases claramente delineadas por la escala BBCH, herramienta útil para agrónomos y científicos.
La primera de esas fases es la emergencia y germinación de la semilla, período en el cual la semilla absorbe agua, activa enzimas de degradación de reservas y permite la salida de la radícula y el brote. La temperatura óptima para este proceso se sitúa entre 20 y 25 °C; por debajo de ese umbral la germinación se ralentiza y por encima puede perder uniformidad. Al surgir los cotiledones y comenzar la fotosíntesis, la plántula entra en su siguiente fase, momento en que las condiciones de suelo, luz y nutrición establecen la base para el crecimiento futuro.
Durante la fase de desarrollo de hojas verdaderas y crecimiento vegetativo, la planta se enfoca en construir su arquitectura: cada nueva hoja aumenta la capacidad de captura de luz, mientras que sistemas radicales exploran el suelo en busca de agua y nitrógeno. Según la escala BBCH, se codifica como etapas 10 a 19, donde se observan hojas desplegadas progresivamente. En este intervalo, la nutrición nitrogenada sustenta el crecimiento foliar, pero un exceso puede prolongar indebidamente esta fase y retardar la siguiente transición hacia la floración, lo que reduce la eficiencia productiva.
Superado ese dominio vegetativo, el tomate entra en la fase de aparición de las inflorescencias y floración, clave para la transición hacia la producción de frutos. La escala BBCH la identifica con las etapas 50–69, donde aparecen los botones florales y luego las flores abiertas. El sistema hormonal del cultivo regula ese cambio: las giberelinas y auxinas interactúan con señales de fotoperíodo y temperatura para activar el meristemo apical hacia reproducción. Bajo estrés térmico o nutricional en esta fase, la planta puede abortar flores, lo que compromete el número final de frutos.
A continuación comienza la fase de cuajado y desarrollo inicial del fruto, cuando el ovario fecundado se convierte en fruto incipiente y se inicia el crecimiento celular acelerado. La escala BBCH lo sitúa en el rango 71–79, con frutos que alcanzan gradualmente su tamaño funcional. Los requerimientos fisiológicos cambian: la fotoasimilación foliar debe destinarse al llenado, el potasio desempeña un papel importante en el transporte de azúcares, y el agua es condición crítica para evitar deformaciones del fruto. Un riego irregular en esta fase puede causar huecos, fisuras o asimetrías.
La fase siguiente corresponde a la maduración del fruto, en la que se producen cambios bioquímicos esenciales: degradación de clorofilas, síntesis de carotenoides y aumento de la proporción de azúcares solubles. La escala BBCH lo indica en 80–89, donde los frutos adquieren su color característico, roja-anaranjado en variedades comunes. Durante esta etapa la planta transfiere menos recursos hacia el crecimiento y más hacia la calidad del fruto: firmeza, sabor y contenido de sólidos solubles requieren equilibrio entre metabolismo y ambiente. El manejo agronómico debe reducir el exceso de nitrógeno para evitar tejidos blandos y promover un adecuado contenido de potasio para calidad.
Finalmente, la fase de cosecha y envejecimiento de la planta corresponde al estadio senescente, donde la planta completa su ciclo productivo. La escala BBCH marca el 90–99 para madurez completa y senescencia. En este momento la fotosíntesis se reduce, las hojas amarillean y los frutos deben colectarse antes de que la calidad decaiga por sobremaduración o enfermedades. La planeación del tiempo de cosecha depende de observar indicadores como el cambio de color total del fruto, firmeza y contenido de azúcares.
Lo que distingue al cultivo del tomate rojo no es sólo la sucesión de fases, sino la interacción dinámica entre ambiente, fisiología y manejo agronómico. La acumulación de grados-día, es decir, la energía térmica acumulada durante el desarrollo, determina la velocidad con la que se atraviesan las fases fenológicas. Por ejemplo, en climas cálidos el desarrollo puede acelerarse, pero si la radiación es excesiva o el riego deficiente, pueden surgir problemas como aborto floral o frutos de baja calidad. Así, el productor debe interpretar cada fase como una ventana de oportunidad para intervenir: fertilizar, regar o proteger, no en función de un calendario rígido, sino en correspondencia con la fisiología del cultivo.
El conocimiento detallado de las etapas fenológicas del tomate permite convertir la ciencia vegetal en decisión agronómica. Desde la germinación hasta la cosecha, cada fase exige un conjunto específico de recursos y condiciones. Al anticipar esas necesidades, se mejora la eficiencia del uso del agua, se reduce el desperdicio de nutrientes y se protege la calidad del fruto. En la agricultura moderna, esa precisión de manejo es tan crucial como la genética del cultivo o la tecnología de producción, porque la fenología revela el ritmo interno del crecimiento, y respetarlo es lo que distingue un cultivo productivo de uno insatisfactorio.
- Cardoso, E. F., Lopes, A. R., Dotto, M., et al. (2021). Phenological growth stages of tomato according to the BBCH scale. Acta Scientiarum Agronomy, 43(1), 25–34.
- “Tomato Growth Stages: From Germination To Ripening.” (2024). EOS Crop Management Guide.
- “The Five Stages of the Tomato Life Cycle, Explained.” (2025). Good Housekeeping.
- “BBCH-scale (Solanaceous fruit).” (2025). Wikipedia.
- Gillette, B. (2025). “The 7 Stages of Tomato Plant Growth.” The Spruce.

