Etapas fenológicas del cultivo de repollo

Análisis fenológico: Etapas fenológicas del cultivo de repollo

El repollo (Brassica oleracea var. capitata) es una de las hortalizas más emblemáticas de la familia Brassicaceae, y su desarrollo fenológico encierra una precisión biológica que refleja siglos de selección agrícola. En su aparente simplicidad —una roseta de hojas que se cierran sobre sí mismas— habita una compleja red de procesos fisiológicos regulados por la interacción entre genética, temperatura, fotoperiodo y nutrición. Cada etapa del ciclo, desde la germinación hasta la formación de la cabeza y la eventual floración, es el resultado de una secuencia de decisiones metabólicas que la planta adopta en función del entorno. Comprender esa secuencia no solo permite optimizar la producción, sino también revelar cómo la biología vegetal ajusta su tiempo interno para convertir energía solar en materia organizada.

El ciclo del repollo comienza con la germinación, proceso desencadenado cuando la semilla, de apenas unos milímetros, percibe humedad suficiente para activar su metabolismo. La imbibición del agua hincha las paredes celulares del embrión y reactiva enzimas como amilasas y proteasas, que convierten los almidones y proteínas en azúcares y aminoácidos. Este flujo energético alimenta la emergencia de la radícula y del hipocótilo, que en pocos días atraviesan la superficie del sustrato. La temperatura óptima oscila entre 18 y 25 °C; por debajo de 10 °C la germinación se ralentiza, y por encima de 30 °C puede verse inhibida. La estructura del suelo es determinante: un exceso de humedad puede asfixiar el embrión, mientras que un suelo seco interrumpe la activación enzimática. Esta fase, aunque breve, marca el punto de partida de la arquitectura fisiológica que sostendrá a la planta en las etapas siguientes.

Con la emergencia de los cotiledones inicia la fase de plántula, en la que la planta establece su sistema fotosintético y radicular. Los cotiledones, además de proveer reservas, realizan fotosíntesis hasta que se desarrollan las primeras hojas verdaderas. En este periodo, la planta equilibra dos funciones esenciales: captar luz y expandirse bajo tierra. El sistema radical crece rápido y de forma fibrosa, explorando el suelo en busca de nitrógeno y calcio, elementos claves para el crecimiento inicial. La plántula de repollo es particularmente sensible al estrés térmico y a la falta de luz, factores que pueden inducir elongación del tallo y fragilidad de tejidos. En condiciones controladas, la planta desarrolla de cuatro a seis hojas verdaderas antes del trasplante, y su vigor en este momento determinará el potencial de formación de la cabeza.

Tras el establecimiento en campo, comienza la fase vegetativa de crecimiento activo, una de las más dinámicas del ciclo. El repollo, de metabolismo C3, depende de una relación estrecha entre radiación solar, temperatura y disponibilidad de agua. La planta desarrolla una roseta de hojas amplias que funcionan como unidades fotosintéticas altamente eficientes. Cada hoja que emerge es un nuevo punto de captura de energía, y la velocidad de emisión foliar —una hoja cada 4 a 5 días bajo condiciones óptimas— define la tasa de crecimiento. La distribución de fotoasimilados durante esta etapa se orienta principalmente a la expansión foliar y al fortalecimiento de la raíz. Los nutrientes más demandados son nitrógeno, fósforo, potasio y magnesio; el primero estimula la síntesis de clorofila, mientras los demás participan en la transferencia de energía y la formación estructural de los tejidos. El equilibrio es esencial: un exceso de nitrógeno genera hojas delgadas y propensas a enfermedades, mientras su deficiencia limita el tamaño final de la cabeza.

A medida que las hojas exteriores alcanzan su máximo desarrollo, la planta entra en la fase de formación de la cabeza, una de las más características del cultivo. En este punto, el meristemo apical cambia su patrón de crecimiento: deja de producir hojas horizontales y comienza a formar hojas centrales superpuestas, cuya base se curva hacia el interior. Este fenómeno, resultado de una redistribución hormonal dominada por auxinas y giberelinas, produce el plegamiento progresivo del tejido foliar hasta formar una estructura compacta. La densidad de la cabeza depende del equilibrio hídrico y de la disponibilidad de carbohidratos; una irrigación irregular genera cabezas sueltas o rajadas, mientras que una humedad constante favorece el cierre firme y la textura crujiente. La temperatura ideal para esta etapa se sitúa entre 15 y 20 °C, y su estabilidad es crucial: calor excesivo acelera la madurez y reduce el peso del producto, mientras que frío intenso puede detener el crecimiento o inducir la transición prematura hacia la floración.

Durante la maduración de la cabeza, el crecimiento foliar disminuye y la planta concentra la mayor parte de los fotoasimilados en las hojas internas, donde se acumulan azúcares y compuestos secundarios como glucosinolatos. Estos metabolitos, característicos del género Brassica, actúan como defensa química y como precursores de compuestos aromáticos responsables del sabor típico del repollo. En este punto, el equilibrio entre respiración y fotosíntesis define la longevidad y calidad poscosecha. Una tasa respiratoria elevada, producto de altas temperaturas o exceso de nitrógeno, acelera la senescencia y provoca pérdida de firmeza. Por el contrario, un desarrollo moderado y sostenido produce cabezas densas, con tejidos ricos en azúcares solubles y buena resistencia al transporte. Esta etapa culmina con la madurez comercial, momento en que la cabeza alcanza el tamaño óptimo y la relación entre hojas externas e internas asegura su estabilidad estructural.

Aunque el cultivo suele cosecharse en este punto, el ciclo biológico del repollo continúa. Si las condiciones lo permiten, la planta entra en la fase de transición reproductiva o induc­ción floral, proceso que depende del fenómeno conocido como vernalización. El repollo es una especie bienal que requiere la exposición prolongada a bajas temperaturas (entre 5 y 10 °C durante varias semanas) para activar los genes que transforman el meristemo vegetativo en floral. Este cambio implica una reorganización profunda del metabolismo: se reduce la síntesis de clorofila, aumentan las giberelinas y se activan las rutas de transporte de asimilados hacia el tallo floral. En regiones templadas, esta fase ocurre de manera natural durante el invierno; en zonas tropicales, donde las temperaturas no descienden lo suficiente, la inducción puede ser parcial o inexistente.

Concluida la vernalización, emerge el tallo floral, alargado y hueco, que sostiene racimos de flores amarillas. Cada flor presenta cuatro sépalos, cuatro pétalos y seis estambres, siguiendo la típica simetría crucífera. La polinización es entomófila, principalmente por abejas, y la fecundación da origen a silicuas que contienen de 10 a 20 semillas. Durante esta fase, la planta redirige todos sus recursos hacia la reproducción, lo que marca el final fisiológico del ciclo. Las semillas, al madurar, acumulan lípidos y proteínas de reserva que garantizarán la viabilidad en la siguiente generación. La cosecha de semilla requiere un control preciso del riego y la temperatura, pues la humedad excesiva puede provocar el aborto floral o la pudrición de las vainas.

El comportamiento fenológico del repollo se distingue por su dependencia del clima. Su fisiología está ajustada a condiciones templadas y días largos, pero su plasticidad le permite adaptarse a una amplia gama de ambientes. En regiones cálidas, los ciclos se acortan a menos de 70 días; en climas frescos, se extienden hasta 120. Esta variación refleja la capacidad de la especie para ajustar su tasa de crecimiento y su equilibrio hormonal frente a los estímulos ambientales. La comprensión de cada etapa —desde la germinación hasta la formación de la cabeza— no solo permite manejar el cultivo con precisión, sino también anticipar los efectos del cambio climático sobre su fisiología. El repollo, como muchas otras brassicas, responde a pequeñas variaciones térmicas con cambios drásticos en su fenología, lo que lo convierte en un modelo ideal para estudiar la relación entre temperatura, desarrollo y rendimiento.

Cada fase del ciclo de Brassica oleracea revela una lección sobre la economía de la vida vegetal: la inversión energética medida, la eficiencia de los procesos fisiológicos y la dependencia absoluta del entorno. El agricultor que comprende esta secuencia no fuerza la naturaleza del repollo; la acompasa. Al observar su crecimiento, reconoce que cada hoja, cada pliegue de la cabeza y cada transición fenológica son el resultado de una negociación entre la planta y su ambiente. Y en esa negociación se condensa la esencia de la agricultura moderna: entender el tiempo de las plantas no como un calendario humano, sino como un ritmo fisiológico que, cuando se respeta, traduce la biología en alimento.

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