Etapas fenológicas del cultivo de higo

Análisis fenológico: Etapas fenológicas del cultivo de higo

El higo (Ficus carica L.), una de las especies frutales más antiguas domesticadas por el ser humano, sintetiza en su ciclo vital la complejidad del tiempo biológico y la adaptación a climas áridos y mediterráneos. Su fenología encarna la interacción constante entre los mecanismos internos de regulación fisiológica y las señales externas del entorno, en un equilibrio que permite a la planta anticiparse a los ritmos de luz, temperatura y humedad. Comprender las etapas fenológicas del cultivo de higo implica descifrar no solo la sucesión de eventos visibles que culminan en la fructificación, sino la arquitectura bioquímica y ecológica que sostiene ese proceso. El higo, en su aparente sencillez, constituye un ejemplo magistral de sincronía entre biología y ambiente.

El ciclo fenológico del higo se distingue por su plasticidad, capaz de adaptarse a las variaciones térmicas y a las oscilaciones estacionales de agua. Es una especie caducifolia y termófila, cuyo desarrollo anual puede describirse en fases interdependientes: reposo invernal, brotación, emisión foliar, floración, cuajado, desarrollo del fruto y maduración. Estas etapas, más que una cronología rígida, representan un continuo fisiológico determinado por los flujos de energía y la regulación hormonal. En el caso de variedades bíferas —aquellas que producen dos cosechas al año— la secuencia fenológica se duplica parcialmente, con una primera producción de higos brevas y una segunda de higos propiamente dichos. Esta dualidad convierte al cultivo en un modelo biológico de asincronía controlada, donde la planta mantiene su capacidad de fructificar en diferentes momentos del año mediante mecanismos de reserva y diferenciación temprana de yemas.

El reposo invernal es el punto de partida del ciclo, una fase de latencia impuesta por las bajas temperaturas y la reducción del fotoperiodo. Durante este periodo, el metabolismo de la planta se ralentiza, los meristemos quedan en estado de reposo y se acumulan inhibidores del crecimiento, como el ácido abscísico, que impiden la brotación prematura. Sin embargo, bajo la aparente quietud del árbol, se llevan a cabo procesos bioquímicos esenciales: la reparación de tejidos, la redistribución de reservas de carbohidratos y la resistencia a las heladas mediante el aumento de solutos osmóticos. El requerimiento de horas frío, variable según el cultivar, asegura una brotación uniforme al final del invierno. En zonas cálidas, donde el frío invernal es insuficiente, la irregularidad en la brotación se traduce en producciones disparejas y floraciones erráticas, lo que ha impulsado el uso de reguladores de crecimiento para homogeneizar el despertar vegetativo.

La brotación constituye la transición entre la dormancia y la actividad metabólica plena. Ocurre cuando la temperatura del aire supera los 12 °C y las raíces comienzan a absorber agua, reactivando la presión de turgencia en los tejidos meristemáticos. La liberación progresiva de citoquininas desde las raíces estimula la división celular en las yemas, mientras que las giberelinas promueven la elongación de los brotes jóvenes. Esta sincronía hormonal desencadena la expansión foliar y la diferenciación de estructuras reproductivas. El momento de la brotación determina la fenología posterior: un adelanto prematuro puede exponer los tejidos a heladas tardías, mientras que un retraso puede comprometer la maduración de los frutos antes del cierre del ciclo vegetativo.

Con la emisión foliar, la planta alcanza su máxima capacidad fotosintética. Las hojas, dispuestas de forma helicoidal, optimizan la intercepción lumínica y la transpiración, regulando el balance hídrico en condiciones de alta radiación solar. Durante esta etapa se establecen las bases energéticas que sostendrán la futura fructificación. El sistema radicular, de crecimiento superficial y extendido, mantiene un intercambio constante con el suelo, ajustando la absorción de agua según el déficit de presión de vapor del ambiente. Cualquier estrés hídrico en esta fase afecta la relación fuente-sumidero, reduciendo el transporte de fotoasimilados hacia las yemas fructíferas. La fisiología del higo, adaptada a entornos semiáridos, muestra una notable eficiencia en el uso del agua: el cierre estomático temprano y la capacidad de recuperación tras periodos de sequía son parte de su estrategia evolutiva de supervivencia.

La floración del higo, en contraste con la mayoría de los frutales, es un proceso oculto. Las flores se desarrollan dentro del receptáculo cerrado conocido como sicono, una estructura que constituye a la vez el órgano floral y el futuro fruto. En su interior, cientos de flores diminutas se organizan en una cavidad oclusa, donde ocurre la fecundación o partenocarpia según el tipo de variedad. Las variedades comunes producen frutos sin fecundación, mientras que las tipo Esmirna requieren polinización a través de una relación simbiótica con la avispa Blastophaga psenes, un ejemplo de coevolución altamente especializado. Este sistema, que permite la caprificación, asegura la transferencia de polen entre las higueras macho (caprifigs) y las hembras productoras. La floración interna no se percibe visualmente, pero coincide fenológicamente con la expansión foliar y la máxima actividad fotosintética.

Tras la fecundación o el estímulo partenocárpico, inicia la fase de cuajado del fruto, en la que el sicono se expande y las flores internas se transforman en aquenios inmersos en un tejido carnoso. La actividad celular en esta etapa es intensa: la acumulación de azúcares solubles y la expansión del pericarpio determinan el tamaño y la textura final del fruto. Los flujos de carbohidratos hacia los siconos son modulados por la demanda energética de los brotes vegetativos; si la carga frutal es excesiva, se produce competencia interna por los fotoasimilados, provocando caída prematura de frutos jóvenes. Por ello, la regulación del número de siconos mediante poda o raleo constituye una práctica esencial para equilibrar la relación entre crecimiento y fructificación.

Durante el desarrollo del fruto, que puede extenderse entre 60 y 100 días, la planta alcanza su punto de máxima translocación de asimilados. La curva de crecimiento del higo sigue un patrón doblemente sigmoideo: una primera fase de rápida expansión celular, seguida por un periodo de crecimiento lento y una segunda fase de llenado acelerado. La composición bioquímica del fruto cambia drásticamente: los azúcares reductores —glucosa y fructosa— se acumulan en proporciones que determinan el dulzor característico, mientras que los ácidos orgánicos disminuyen progresivamente. La textura se suaviza por la despolimerización de pectinas, y la acumulación de antocianinas en la piel confiere las tonalidades violáceas o verdosas según el cultivar. Esta etapa es altamente sensible al déficit hídrico, que puede inducir la grieta del pericarpio, un trastorno fisiológico asociado a fluctuaciones de humedad.

La maduración representa la culminación del ciclo fenológico, cuando el fruto alcanza su máximo contenido de azúcares y su aroma característico. A diferencia de los frutos climatéricos, el higo presenta un comportamiento intermedio: aunque muestra un leve incremento en la actividad respiratoria, no depende exclusivamente del etileno para completar su maduración. Este rasgo exige precisión en la cosecha, pues los frutos sobre maduros se deterioran rápidamente. Durante esta fase, la redistribución de nutrientes dentro de la planta se orienta hacia la acumulación de reservas en raíces y ramas, preparando el sistema para el siguiente ciclo. La sincronía entre maduración y senescencia foliar es un proceso regulado por el balance hormonal, donde la reducción del flujo de auxinas activa la abscisión de hojas y la lignificación de los tejidos.

En las variedades bíferas, una parte de las yemas que se formaron en el otoño anterior ya contiene inflorescencias diferenciadas que darán lugar a las brevas de la primera cosecha, mientras que las yemas producidas en primavera originarán los higos de verano. Esta duplicidad fenológica constituye una estrategia adaptativa frente a climas variables, permitiendo asegurar la reproducción en dos momentos del año. En climas áridos, la producción de brevas suele reducirse debido a la falta de frío invernal suficiente para romper la dormancia, mientras que en zonas templadas la sincronización entre ambas cosechas puede optimizarse mediante un manejo cuidadoso del riego y la poda.

Desde la perspectiva agronómica, las etapas fenológicas del higo no son simples fases descriptivas, sino herramientas de diagnóstico fisiológico y de planificación técnica. Escalas estandarizadas como la BBCH adaptada al cultivo de higuera permiten codificar con precisión desde la hinchazón de yemas (BBCH 01) hasta la senescencia (BBCH 97), facilitando la sincronización de labores agrícolas como la fertilización, el control fitosanitario y la programación de riegos. La observación fenológica es, en este sentido, una lectura del tiempo vegetal: una traducción de los ritmos internos de la planta en acciones prácticas.

El estudio del ciclo del higo adquiere una relevancia creciente ante el cambio climático. La disminución de las horas frío y el aumento de temperaturas extremas alteran la secuencia fenológica, acortando las fases de desarrollo y afectando la calidad del fruto. Las investigaciones actuales se orientan hacia la selección de variedades con menor requerimiento térmico y mayor tolerancia a la sequía, así como al uso de bioestimulantes que regulen los procesos hormonales en condiciones de estrés. Cada brote, cada fruto y cada hoja del higo son manifestaciones de un equilibrio ancestral entre fisiología y ambiente, un testimonio viviente de cómo la naturaleza ha aprendido a modular su propio tiempo para persistir. En la fenología de este árbol milenario se cifra, en última instancia, la armonía entre el ciclo vegetal y los ritmos planetarios que lo sostienen.

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