El ciclo vital del haba verde (Vicia faba L.), una de las leguminosas más antiguas cultivadas por la humanidad, revela con precisión casi matemática la relación entre el desarrollo vegetal y las condiciones ambientales que lo regulan. Su fenología, lejos de ser una secuencia estática de eventos, constituye un sistema dinámico de respuestas fisiológicas que articulan la germinación, el crecimiento, la floración y la maduración del fruto con los ritmos de temperatura, luz y humedad. Estudiar las etapas fenológicas del cultivo de haba verde equivale a descifrar el código temporal que sincroniza la biología vegetal con el entorno, y que, al mismo tiempo, determina el rendimiento y la calidad de las semillas verdes destinadas al consumo humano.
La planta de haba, perteneciente a la familia Fabaceae, posee una naturaleza anual y un comportamiento fenológico altamente dependiente de la temperatura y la duración del día. Su ciclo, que varía entre 90 y 200 días según la variedad y el ambiente, se divide en fases bien definidas: germinación y emergencia, crecimiento vegetativo, floración, llenado de vainas y maduración fisiológica. Sin embargo, estas etapas no representan simples momentos cronológicos, sino transiciones metabólicas interconectadas. Cada fase está regulada por la interacción entre factores genéticos y ambientales, modulada por la acción de fitohormonas como las giberelinas, las citoquininas y el ácido abscísico, que actúan como mensajeros del tiempo biológico interno.
La germinación marca el inicio del ciclo y depende estrechamente de la temperatura del suelo y del contenido de humedad. El haba es una especie de clima fresco, con una germinación óptima entre 10 y 20 °C, lo que le permite establecerse tempranamente en el ciclo agrícola. Durante esta fase, el embrión retoma la actividad metabólica suspendida durante la dormancia y activa la hidrólisis de reservas contenidas en los cotiledones, principalmente almidón y proteínas, que se transforman en azúcares simples y aminoácidos. La emergencia del hipocótilo, que eleva los cotiledones por encima del suelo, marca el inicio de la fotosíntesis autónoma y la transición hacia el crecimiento vegetativo. Un exceso de humedad o bajas temperaturas prolongadas pueden inducir asfixia radicular y disminuir la tasa de emergencia, comprometiendo la uniformidad del cultivo.
El crecimiento vegetativo es una etapa de expansión vigorosa, donde la planta desarrolla su estructura foliar y radicular. En este periodo se define la arquitectura del dosel, un factor clave para la intercepción de la radiación solar y la eficiencia fotosintética. Las raíces, dotadas de nódulos simbióticos formados por bacterias del género Rhizobium, inician la fijación biológica de nitrógeno, un proceso que provee amonio a la planta y reduce su dependencia de fertilizantes externos. Este fenómeno, además de mejorar la fertilidad del suelo, modifica la fisiología del cultivo, ya que el nitrógeno disponible influye directamente en la producción de hojas y en la formación de flores. La temperatura media durante esta fase, idealmente entre 15 y 22 °C, y una humedad edáfica estable son determinantes para el crecimiento armónico; el estrés térmico o hídrico altera la expansión foliar y la tasa de fotosíntesis, afectando el número potencial de inflorescencias.
La inducción floral constituye un punto de inflexión en la fenología del haba. Este proceso responde tanto al fotoperiodo como a la acumulación de grados-día; cuando la planta ha acumulado suficiente energía térmica, la dominancia vegetativa se interrumpe y se activan los meristemos reproductivos. Las flores, generalmente autógamas, se agrupan en racimos axilares y presentan una morfología papilionada característica de las leguminosas. Sin embargo, aunque la autofecundación es frecuente, el papel de los polinizadores —principalmente abejas del género Bombus— es crucial para incrementar el cuajado de vainas y la calidad de las semillas. Durante la floración, la planta se encuentra en un equilibrio energético delicado: el gasto de recursos en estructuras reproductivas compite con el crecimiento vegetativo, y el balance hormonal determina si la planta prioriza la flor o el follaje.
La polinización y fecundación dan paso al desarrollo de las vainas, etapa en la que se define el rendimiento potencial del cultivo. Las primeras vainas aparecen en los nudos inferiores y maduran progresivamente hacia la parte superior del tallo, lo que genera una maduración escalonada típica de la especie. El crecimiento del fruto sigue una curva sigmoidea, con una fase inicial de división celular y una posterior de expansión, donde los carbohidratos translocados desde las hojas actúan como fuente de energía. La eficiencia de este proceso depende del balance entre la fotosíntesis neta y la transpiración; un déficit hídrico prolongado provoca aborto de flores o vainas y reduce el tamaño de las semillas. La presencia de enfermedades como el mildiu o el chocolate del haba en esta fase puede interferir en el llenado, alterando la fisiología del floema y reduciendo la transferencia de asimilados hacia las vainas.
Durante el llenado de vainas, las semillas experimentan una rápida acumulación de materia seca, principalmente proteínas y almidones. Es el periodo de mayor demanda energética y nutricional para la planta. Las vainas jóvenes, de color verde intenso, mantienen una alta tasa de fotosíntesis, contribuyendo al flujo de carbono hacia las semillas en crecimiento. La disponibilidad de fósforo y potasio en el suelo es crítica, ya que estos elementos intervienen en la síntesis de ATP y en la regulación osmótica de los tejidos. Las condiciones ambientales también determinan la duración de esta etapa: temperaturas superiores a 25 °C aceleran la maduración pero reducen el tamaño de la semilla, mientras que valores inferiores a 12 °C ralentizan el metabolismo y prolongan el ciclo. Este balance térmico define el momento en que el fruto alcanza su madurez fisiológica, punto óptimo para la cosecha del haba verde destinada al consumo fresco.
La maduración implica una serie de transformaciones fisiológicas que detienen el crecimiento y preparan a la planta para la senescencia. La degradación de clorofilas en las vainas provoca el cambio de color hacia tonos amarillentos, mientras que las semillas incrementan su contenido de azúcares solubles y reducen su humedad interna. A diferencia de los cultivos destinados a grano seco, el haba verde se cosecha cuando las semillas han alcanzado su tamaño máximo, pero antes de la deshidratación completa, conservando su textura tierna y su valor nutricional. El control preciso de la cosecha es fundamental: una recolección prematura reduce el rendimiento y el contenido proteico, mientras que una tardía disminuye la calidad sensorial.
Tras la cosecha, la planta inicia su fase de senescencia, caracterizada por la movilización inversa de nutrientes desde las hojas hacia las estructuras remanentes. Este flujo retrógrado permite la recuperación parcial de nitrógeno en el suelo, contribuyendo a la sostenibilidad del sistema agrícola. En rotaciones, el haba deja un perfil nutricional enriquecido, mejorando las condiciones para cultivos posteriores. Así, el fin de su ciclo productivo no representa una clausura biológica, sino una transferencia de energía y fertilidad dentro del ecosistema agrícola.
Desde una perspectiva agronómica, las etapas fenológicas del haba verde no son solo indicadores de desarrollo, sino instrumentos de gestión técnica. Su observación detallada permite sincronizar la aplicación de fertilizantes, el control de plagas o la programación del riego según la demanda fisiológica real de la planta. Escalas fenológicas como la BBCH adaptada a leguminosas describen con precisión desde la emergencia (BBCH 09) hasta la madurez de la vaina (BBCH 89), permitiendo estandarizar estudios de crecimiento y manejo. Este enfoque fenológico ha cobrado relevancia frente a la variabilidad climática global, ya que las desviaciones térmicas modifican la duración de las fases críticas, afectando directamente la productividad.
El cambio climático impone un desafío adicional al cultivo de haba verde. El aumento de las temperaturas medias acelera las fases fenológicas, acortando el periodo de llenado de las vainas y reduciendo la acumulación de materia seca. A la vez, la irregularidad de las lluvias altera los procesos de germinación y floración, incrementando la variabilidad interanual en los rendimientos. Ante ello, la investigación moderna busca desarrollar variedades con mayor plasticidad fenológica, capaces de mantener la sincronía entre sus procesos internos y las nuevas condiciones ambientales. Comprender la fenología del haba no es solo una tarea técnica: es una forma de leer en el tiempo de las plantas las señales de un planeta en transformación, y de reconocer que cada brote, flor y semilla son respuestas biológicas a los cambios que definimos, consciente o inconscientemente, desde nuestra propia intervención sobre la Tierra.
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