La agricultura urbana ha cobrado relevancia en las últimas décadas como parte integral de las estrategias para enfrentar los desafíos alimentarios y ambientales. En el siglo XXI, más de la mitad de la población mundial habita en zonas urbanas, lo que incrementa la presión sobre la disponibilidad de alimentos frescos y sostenibles en las ciudades.
En este contexto, la producción local de alimentos mediante huertos comunitarios, jardines escolares, granjas en azoteas y otras formas de agricultura urbana ofrece una vía para fortalecer la seguridad alimentaria urbana. Al garantizar suministros frescos y accesibles cerca de los mercados locales, estas iniciativas acercan la producción al consumo y reducen la dependencia de cadenas de distribución extensas.
Además, suelen regenerar espacios infrautilizados y aportar múltiples beneficios socioeconómicos y ecológicos. No es casualidad que organismos internacionales promuevan la agricultura urbana como estrategia para ciudades sostenibles. La producción agrícola local disminuye los costos de energía (al requerir menos transporte y almacenamiento) y contribuye a combatir la pobreza al generar empleo e ingresos para comunidades vulnerables.
En suma, la agricultura urbana se consolida como un componente clave en la construcción de ciudades resilientes, menos dependientes de cadenas alimentarias extensas y mejor preparadas para enfrentar los retos del futuro.
¿Cómo surgió la agricultura urbana?
Aunque la agricultura urbana es tan antigua como las propias ciudades, su conceptualización moderna surgió en contextos históricos y sociales específicos. Desde las grandes civilizaciones antiguas existían cultivos en los entornos urbanos: en las altas culturas mesopotámicas y egipcias ya se producían alimentos para sostener a la población local.
Durante la Edad Media y el Renacimiento se mantuvo la tradición de huertos en conventos y palacios. Sin embargo, la idea del huerto urbano con fines de subsistencia o emergencia se consolidó en tiempos modernos.
Un hito significativo fue la Primera Guerra Mundial. En Reino Unido surgieron los llamados “huertos para pobres”, creados como apoyo a la economía de guerra e impulsados para que la población trabajadora cultivara la tierra y alimentara a sus familias.
Posteriormente, durante la Segunda Guerra Mundial, se popularizaron los “Victory Gardens” en Estados Unidos y otros países aliados para compensar la escasez de alimentos. En 1943, cerca de 20 millones de estadounidenses cultivaban sus propios huertos de guerra.
Estos episodios históricos pusieron en evidencia el potencial de la agricultura urbana como estrategia de emergencia frente a crisis alimentarias.
Tras las guerras mundiales, la agricultura urbana decayó en muchas ciudades modernas. Sin embargo, desde finales del siglo XX ha experimentado un renacimiento global.
En la década de 1990, organismos internacionales comenzaron a definir formalmente la agricultura urbana y periurbana, reconociéndola como una práctica diversa vinculada a la sostenibilidad de las ciudades. En América Latina y el Caribe, investigadores como Mougeot impulsaron estudios que resaltaron su relevancia, mientras que en 1996 la FAO incluyó por primera vez un apartado específico sobre esta forma de producción.
El ejemplo de Cuba resulta ilustrativo. Tras el colapso de la Unión Soviética a comienzos de los años noventa, el país perdió sus importaciones de fertilizantes y combustibles. Con 69% de su población en áreas urbanas y graves restricciones alimentarias, los cubanos transformaron terrenos baldíos en huertos colectivos y familiares para garantizar su subsistencia.
En apenas dos décadas, los habaneros convirtieron cerca de 350 km² de espacio urbano en tierras productivas, logrando producir dentro de la ciudad más de la mitad de las hortalizas y frutas que consumían.
Este caso, junto con otros surgidos en contextos de necesidad (como los programas de huertos en São Paulo o las iniciativas comunitarias en países en desarrollo), demuestra la capacidad de la agricultura urbana para adaptarse a condiciones locales y responder a situaciones de crisis.
En las últimas décadas, la práctica de la agricultura urbana se ha impulsado con mayor fuerza como respuesta a los problemas contemporáneos. La rápida urbanización, el cambio climático y las crisis económicas han reforzado su papel en la vida de las ciudades.
Cada vez más urbes en América y en otras regiones promueven huertos comunitarios, granjas en techos o cultivos verticales, integrando la producción de alimentos en espacios antes desaprovechados.
Según la FAO, tanto en ciudades del Sur como del Norte globales, la agricultura urbana atraviesa un auténtico renacimiento, consolidándose como una estrategia eficaz contra el hambre y la pobreza en entornos densamente poblados.
Su expansión mundial refleja, por un lado, la capacidad histórica de adaptación a contextos locales y, por otro, la nueva visión de integrar la producción de alimentos en el paisaje urbano contemporáneo.
¿Cuáles son sus mayores ventajas?
La agricultura urbana aporta un conjunto de beneficios interrelacionados que abarcan aspectos alimentarios, económicos, sociales y ambientales.
Seguridad alimentaria y nutrición
La producción de alimentos en la ciudad refuerza la seguridad alimentaria local al garantizar suministros frescos y cercanos. Diversos estudios han demostrado que la agricultura urbana mejora la disponibilidad de frutas y verduras frescas en comunidades vulnerables, algo crucial cuando fallan otras redes de abastecimiento, como ocurre en situaciones de desastre o crisis económica.
Los cultivos urbanos suelen incluir verduras de ciclo corto y variedades adaptadas al gusto local, lo que incrementa la diversidad y la calidad nutricional de la dieta en las ciudades.
Al mismo tiempo, al involucrar a los ciudadanos en la producción de sus propios alimentos, esta práctica fomenta hábitos de consumo más saludables y mayor autocontrol nutricional, factores fundamentales en un contexto de crecientes problemas de desnutrición e inseguridad alimentaria.
Generación de ingresos y bienestar social
Desde la perspectiva económica y social, la agricultura urbana funciona como un motor de desarrollo local. Al generar nuevos empleos (desde obreros de huerto hasta gestores de mercados), impulsa la economía de barrios marginados y abre nichos para el emprendimiento y las pequeñas empresas agrícolas urbanas.
Muchas de estas iniciativas poseen un marcado carácter comunitario y solidario, orientado a cubrir necesidades básicas de poblaciones empobrecidas. Así, los huertos colectivos se convierten en espacios de encuentro y colaboración vecinal que fortalecen las redes sociales y fomentan un sentido de comunidad.
Asimismo, a través de programas educativos y de capacitación en técnicas agroecológicas, la agricultura urbana brinda a niños, jóvenes y adultos habilidades útiles para su desarrollo laboral. También aporta beneficios emocionales y psicológicos, al mejorar el bienestar mental y reconectar a las personas con la naturaleza.
Es decir, el valor económico de la agricultura urbana no se mide solo en kilos cosechados, sino en el empoderamiento comunitario y en la creación de capital social que acompaña a estas prácticas.
Beneficios ambientales y urbanos
Los beneficios ambientales representan otra dimensión clave de la agricultura urbana. En áreas donde el desarrollo inmobiliario ejerce presión sobre los suelos verdes, esta práctica reutiliza espacios infrautilizados y los convierte en reservorios ecológicos productivos.
Con ello se contribuye a filtrar el aire y el agua, aumentar la infiltración pluvial y reducir los residuos. Un ejemplo es el compostaje urbano, que transforma los desechos orgánicos domésticos en fertilizante natural, cerrando así los ciclos de nutrientes dentro de la ciudad.
Al no depender de combustibles fósiles para el transporte (considerando que cerca de 79% de los alimentos se consume en áreas urbanas), cada huerto urbano evita emisiones de carbono comparables a las de la agricultura rural de igual volumen productivo.
Además, la incorporación de especies vegetales diversas llena la ciudad de áreas verdes comestibles que absorben CO₂ y liberan oxígeno, en contraste con los entornos urbanos típicamente carentes de naturaleza.
Por estas razones, numerosos especialistas consideran la agricultura urbana un componente esencial para construir ciudades más verdes. Al satisfacer necesidades humanas básicas y, al mismo tiempo, cuidar el entorno urbano, estas prácticas actúan como un verdadero contrapeso ecológico frente a la contaminación de las zonas densamente habitadas.
¿Cuáles son sus mayores desventajas?
A pesar de sus múltiples fortalezas, la agricultura urbana también enfrenta limitaciones y retos intrínsecos.
Calidad deficitaria del suelo
En primer lugar, la calidad del suelo en contextos urbanos suele ser deficitaria. Los terrenos citadinos pueden contener metales pesados, residuos industriales o contaminantes agrícolas históricos, lo que representa un riesgo tanto para la salud de los cultivos como para quienes consumen sus productos.
Sin medidas adecuadas de remediación o control (como análisis de suelos, uso de contenedores con tierra limpia o la aplicación de filtros naturales), la producción urbana puede concentrar toxinas peligrosas.
Esta preocupación también se extiende al agua de riego. El uso de aguas residuales no tratadas puede introducir patógenos o contaminantes químicos en los alimentos, comprometiendo su inocuidad.
En suma, la agricultura urbana requiere extremar la protección sanitaria debido a su proximidad con fuentes de polución. Esto incrementa los costos de gestión y demanda una vigilancia constante para garantizar la seguridad alimentaria.
Desigualdad de acceso y los costos asociados
Aunque en teoría los huertos urbanos benefician a toda la población, en la práctica sus ventajas suelen concentrarse en quienes participan activamente en su gestión. Muchos requieren una inversión considerable de tiempo, herramientas e insumos (semillas, abonos, sistemas de riego), lo que limita su acceso directo a los hogares más pobres cuando carecen de apoyo técnico o recursos iniciales.
De hecho, algunos observadores advierten que, de manera paradójica, no todos los proyectos de agricultura urbana resultan plenamente accesibles para la población más vulnerable.
A ello se suma la necesidad de voluntad política y de marcos normativos adecuados. Sin leyes claras de uso de suelo urbano ni incentivos locales, los huertos dependen de iniciativas particulares y quedan expuestos a la incertidumbre (reubicaciones forzadas o competencia por terrenos).
Estos desafíos socioeconómicos (tanto en recursos como en gobernanza) pueden limitar la eficacia de la agricultura urbana como herramienta inclusiva, a menos que existan apoyos institucionales sólidos que garanticen su continuidad y accesibilidad.
Limitaciones técnicas y de escala
Los huertos urbanos suelen abarcar superficies pequeñas y, aunque se manejan de manera intensiva, no alcanzan la productividad por hectárea de las explotaciones rurales mecanizadas. Esto significa que, aun multiplicando los proyectos, la contribución de la agricultura urbana al abasto total de una metrópolis resulta relativamente modesta.
Por ejemplo, aunque algunas iniciativas logran producir toneladas de verduras al año, estas siguen siendo insuficientes para sustituir la mayor parte de las importaciones de alimentos básicos de una ciudad grande.
Además, la producción urbana requiere un manejo altamente especializado (hidroponía, rotación continua de cultivos, control climático), lo que demanda conocimientos técnicos que no siempre están disponibles de manera homogénea entre los agricultores urbanos.
En síntesis, la agricultura urbana no puede reemplazar a la agricultura rural a gran escala, aunque su aporte sea fundamental para reforzar la seguridad alimentaria local. Su capacidad de escala masiva está limitada por la disponibilidad de espacio y la intensiva mano de obra que exige.
Ejemplos de agricultura urbana en el mundo
En todo el mundo existen experiencias emblemáticas que ilustran las capacidades y alcances de la agricultura urbana. Presentamos a continuación tres casos destacados, cada uno con características particulares.
La Habana, Cuba
Es uno de los ejemplos más citados de transformación urbana de la alimentación. Durante la crisis del Período Especial en los años noventa (derivada del colapso soviético), los habitantes de La Habana reconvirtieron masivamente espacios urbanos en huertos orgánicos conocidos como organopónicos.
En pocos años se formaron cooperativas de cultivo en baldíos, zonas residenciales y terrenos estatales. Actualmente, las autoridades cubanas informan que existen más de 10,000 hectáreas dedicadas a huertos urbanos intensivos en todo el país. Los rendimientos de estos cultivos orgánicos superan los 10 kg por m² al año, lo que ha permitido abastecer de vegetales frescos a gran parte de la población citadina.
Para la década del 2000, más de la mitad de las frutas y hortalizas consumidas en La Habana se producían dentro de la propia ciudad. Este modelo agroecológico, respaldado por políticas estatales (permisos especiales, programas de fertilizantes orgánicos), no solo resolvió emergencias alimentarias, sino que también constituyó la mayor reconversión histórica de agricultura convencional a orgánica en el mundo.
El caso habanero demuestra cómo un sistema de huertos urbanos bien coordinados puede cubrir buena parte de la demanda alimentaria de una metrópoli, en especial en contextos de crisis.
Detroit, Estados Unidos
Ciudad emblemática de la desindustrialización, Detroit ha visto surgir la agricultura urbana como respuesta a su crisis social y alimentaria. Tras el abandono de grandes supermercados, muchos barrios quedaron convertidos en desiertos alimentarios. Ante ello, vecinos y organizaciones comunitarias transformaron lotes baldíos y terrenos municipales en huertos y granjas urbanas.
Hoy se estima que existen alrededor de 1,400 agricultores urbanos trabajando en más de mil huertos distribuidos por la ciudad. Estas granjas comunitarias y puestos de venta directa producen algunas toneladas de vegetales al año (cerca de 400,000 libras, equivalentes a unas 180 toneladas).
Organizaciones sin fines de lucro han promovido la creación de mercados locales donde se distribuye esta producción, con un impacto doble: por un lado, mejoran el acceso a alimentos frescos en zonas con escasa oferta comercial; por otro, contribuyen a la revitalización de espacios degradados, embelleciendo los barrios y fomentando la cohesión social.
El ejemplo de Detroit demuestra cómo la agricultura urbana puede convertirse en un motor de regeneración comunitaria en ciudades postindustriales, aportando tanto a la seguridad alimentaria como a la reactivación económica local.
Ciudad de México, México
Como capital densamente poblada, la Ciudad de México ha vivido un auge reciente de proyectos de huertos urbanos, que van desde azoteas productivas hasta parques comestibles. Este impulso tiene bases históricas: los aztecas ya utilizaban las chinampas (islotes flotantes cultivados) en la cuenca de México, un antecedente de los huertos urbanos prehispánicos.
En la práctica contemporánea, la ciudad ha institucionalizado estas iniciativas. En 2017 se promulgó la Ley de Huertos Urbanos, cuyo propósito es mitigar impactos ambientales y fortalecer la seguridad alimentaria urbana mediante la creación y regulación de huertos comunitarios.
Hoy, numerosos colectivos (como El Terreno, Sitopia o Fénix Farms) trabajan en la recuperación de solares abandonados y techos de edificaciones, aplicando técnicas de agroecología para cultivar hortalizas locales y plantas condimentarias.
Estas iniciativas no solo producen alimentos para los propios participantes, sino que también generan espacios de educación ambiental y recreación urbana. Aunque su escala aún es incipiente en comparación con las megaciudades asiáticas, la tendencia en la Ciudad de México refleja un reconocimiento oficial de la agricultura urbana como instrumento de sustento y resiliencia urbana en América Latina.
Los retos y las perspectivas de la agricultura urbana
Mirando hacia el futuro, la agricultura urbana enfrenta desafíos relevantes, pero también abre prometedoras perspectivas. Uno de los principales retos es su integración en la planificación urbana. Para que se sostenga en el largo plazo, no bastan iniciativas aisladas: debe incorporarse a la zonificación y a los planes de desarrollo de las ciudades.
La FAO advierte que la sostenibilidad de estas prácticas dependerá de que los gobiernos locales las incluyan en su normativa, facilitando el acceso a terrenos y recursos hídricos. En este sentido, la implementación de políticas públicas dedicadas (como leyes de huertos urbanos o incentivos fiscales) resulta fundamental.
Las experiencias exitosas muestran que el apoyo institucional (capacitación, microcréditos, redes urbanas) multiplica los beneficios de los huertos. Sin embargo, en muchos lugares persisten la ausencia de marcos legales claros y la falta de presupuestos específicos para este ámbito.
Otro reto crucial es la tenencia de la tierra. Garantizar la seguridad jurídica de los agricultores urbanos (evitando que sean desplazados por proyectos inmobiliarios) constituye una condición indispensable para la continuidad de estas iniciativas.
Otro desafío proviene del cambio climático y la escasez de recursos. Aunque la agricultura urbana puede mitigar ciertos impactos (como la reducción de emisiones por transporte o la mayor infiltración de aguas pluviales), también es vulnerable a perturbaciones como olas de calor, sequías urbanas o niveles crecientes de contaminación.
Para enfrentar estas amenazas, se exploran técnicas avanzadas como los cultivos hidropónicos en invernaderos urbanos, los sistemas de captación de agua de lluvia y el uso de energías renovables integradas, con el fin de hacer la agricultura urbana más resiliente y de menor huella ambiental.
Estas innovaciones tecnológicas (granjas verticales, sistemas de acuaponía, entre otros) ofrecen la posibilidad de mejorar de forma significativa la eficiencia productiva por metro cuadrado, superando así algunas de las limitaciones actuales de espacio en las ciudades.
Desde el punto de vista socioeconómico, las perspectivas de la agricultura urbana resultan igualmente relevantes. Organizaciones internacionales y locales están promoviendo redes y pactos urbanos para integrar la alimentación en la agenda global de desarrollo sostenible (ODS). Un ejemplo destacado es el Pacto de Política Alimentaria Urbana de Milán, suscrito por cientos de ciudades comprometidas con políticas alimentarias integradas.
Iniciativas como la red RUAF (Cities for Urban Agriculture) y diversas coaliciones locales han demostrado que, mediante estrategias cooperativas, es posible escalar los impactos positivos de los huertos urbanos.
En el plano tecnológico, crece el interés por incluir la agricultura en los desarrollos inmobiliarios, con proyectos que van desde torres con huertos verticales hasta parques comestibles, lo que abre oportunidades para concebir auténtica infraestructura verde en áreas densamente pobladas.
En este contexto, se prevé que las ciudades inteligentes del futuro incorporen módulos de cultivo urbano en sus edificios, integrando agricultura con energías limpias y reutilización de recursos, consolidando así sistemas urbanos más sostenibles y resilientes.
En conclusión, aunque la agricultura urbana no está exenta de limitaciones (como la necesidad de remediar suelos o de garantizar la equidad en el acceso), estos retos pueden abordarse con planificación adecuada y apoyo comunitario.
En un escenario de cambio climático y de interrupciones globales en el suministro de alimentos (como se evidenció en crisis recientes), muchas ciudades se verán obligadas a repensar sus sistemas alimentarios, recurriendo nuevamente a la producción local.
Fuentes
- Degenhart, B. (2016). La agricultura urbana: un fenómeno global. Nueva Sociedad, 262 (Marzo-Abril 2016).
- FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). La agricultura urbana y periurbana: fortalecimiento de la agricultura urbana para lograr sistemas agroalimentarios sostenibles.
- INIFAT (Instituto de Investigaciones Fundamentales en Agricultura Tropical). (2010). Manual técnico para organopónicos, huertos intensivos y organoponía semiprotegida (7ª ed.). La Habana: INIFAT/ACTAF.
- McNamara, T. (2018). Urban Farm-Fed Cities: Lessons from Cuba’s Organopónicos. SAGE Magazine.
- Hester, J. L. (2016). Los huertos urbanos como solución a los desiertos alimentarios de Detroit. Univision Noticias (CityLab).
- Punto Periferia. (2021). Ciudad de México: la segunda ciudad con más huertos urbanos en Latinoamérica. ArchDaily México.
- BKT Tires (n.d.). Pros y contras de la agricultura urbana. BKT Tires Blog.
- Papanek, A., Campbell, C. G., Eason, H., Díaz, J., & Caicedo Zapata, V. (2022). Beneficios socio-comunitarios y limitaciones de la agricultura urbana. University of Florida IFAS Extension (FCS3378).