Etapas fenológicas del cultivo de zapote

Análisis fenológico: Etapas fenológicas del cultivo de zapote

El zapote (Manilkara zapota (L.) van Royen) representa una de las joyas botánicas más singulares del trópico americano. Su historia evolutiva, marcada por la adaptación a los suelos profundos y cálidos de Mesoamérica, se traduce en una fisiología de notable precisión. Cada una de sus etapas fenológicas manifiesta un equilibrio dinámico entre crecimiento, almacenamiento y reproducción, donde la energía solar, transformada por la fotosíntesis, fluye hacia los tejidos en un ciclo constante de renovación. En el zapote, la temporalidad vegetal adquiere forma tangible: brotes, flores y frutos emergen como consecuencia de una secuencia bioquímica regulada por la interacción entre el ambiente y la genética.

El ciclo del zapote se inicia con la brotación, momento en que las yemas latentes rompen su estado de dormancia bajo la influencia de condiciones ambientales favorables. Temperaturas estables entre 25 y 32 °C y una humedad relativa moderada estimulan la movilización de giberelinas y citoquininas, hormonas que reactivan el metabolismo de los meristemos. Este proceso da origen a brotes jóvenes con hojas tiernas, ricas en clorofila, que restablecen la maquinaria fotosintética del árbol. La brotación, más que un simple despertar vegetativo, es una estrategia de supervivencia: permite reemplazar tejido senescente y garantizar una superficie foliar eficiente. La sincronía entre brotación y disponibilidad de agua es fundamental; un estrés hídrico en esta etapa limita el crecimiento foliar y compromete la capacidad de la planta para sostener las fases siguientes.

Con el follaje completamente expandido, el zapote entra en una fase de crecimiento vegetativo activo. Durante este periodo se produce la elongación de tallos y el desarrollo de nuevas ramas que conforman la arquitectura productiva del árbol. La fotosíntesis alcanza niveles elevados y los carbohidratos resultantes se destinan tanto al crecimiento estructural como al almacenamiento en los tejidos permanentes. El sistema radicular, profundo y ramificado, explora el suelo con notable eficiencia, extrayendo agua y nutrientes esenciales como nitrógeno, fósforo y potasio. El equilibrio entre la masa foliar y el volumen radicular determina la salud del árbol: una copa densa sin raíces vigorosas reduce la absorción de agua; unas raíces desarrolladas sin suficiente follaje disminuyen la síntesis de azúcares. En este periodo, el manejo agronómico se centra en promover un crecimiento equilibrado mediante la fertilización racional y un régimen hídrico estable.

El tránsito del crecimiento vegetativo a la reproducción ocurre con la inducción floral, un proceso fisiológico regulado por el fotoperiodo y la nutrición interna. Las yemas que hasta entonces eran vegetativas comienzan a diferenciarse en yemas florales, lo que implica una reprogramación genética controlada por fitohormonas como las auxinas y las giberelinas. En regiones tropicales, la inducción floral del zapote puede coincidir con el final de la estación seca, cuando una leve reducción de humedad del suelo actúa como estímulo fisiológico. La planta interpreta esta señal como una oportunidad de perpetuación, y canaliza sus reservas hacia la formación de estructuras reproductivas. Un exceso de nitrógeno durante esta etapa puede retrasar la floración, pues mantiene el predominio vegetativo, mientras que un adecuado nivel de potasio y boro favorece la diferenciación floral.

La floración representa una de las fases más delicadas del ciclo fenológico. El zapote produce flores pequeñas, de tonalidades blanquecinas, organizadas en fascículos axilares. La mayoría son hermafroditas funcionales, aunque su polinización depende en gran medida de insectos, especialmente abejas y trips. El éxito reproductivo está determinado por la viabilidad del polen y la sincronía entre la receptividad del estigma y la dehiscencia de las anteras. Un ambiente excesivamente húmedo puede reducir la germinación del polen, mientras que temperaturas elevadas por encima de los 35 °C acortan la longevidad floral. La floración suele ser escalonada, permitiendo al árbol distribuir su esfuerzo energético y aumentar las posibilidades de cuajado en condiciones variables.

Después de la fecundación, el árbol entra en la fase de cuajado y desarrollo del fruto, cuando los ovarios fecundados comienzan a transformarse en bayas en crecimiento. Este periodo demanda una intensa movilización de fotoasimilados, principalmente sacarosa, hacia los frutos jóvenes, que actúan como sumideros metabólicos prioritarios. La actividad del floema se intensifica, y los tejidos parenquimáticos del fruto inician la acumulación de almidones, azúcares y compuestos fenólicos. El potasio y el calcio son nutrientes críticos: el primero regula la turgencia celular y la síntesis de azúcares, el segundo garantiza la integridad estructural de la pulpa. La competencia entre frutos puede ser elevada, y en árboles sobrecargados se produce una caída natural de los más débiles, un fenómeno que equilibra la distribución de energía dentro del árbol.

A medida que el fruto crece, se inicia la fase de maduración fisiológica, donde ocurren transformaciones internas decisivas para la calidad final. Los almidones se hidrolizan en azúcares simples, se acumulan carotenoides y taninos, y el fruto adquiere la textura y dulzura características del zapote maduro. La respiración celular se reduce, y el metabolismo se orienta hacia la estabilización de la materia seca. El color externo pasa del verde opaco al marrón-rojizo, signo de que la corteza ha completado su lignificación. Esta etapa exige un control cuidadoso del riego: el exceso de agua puede diluir los azúcares y reducir la calidad, mientras que el déficit hídrico acelera la senescencia prematura.

La cosecha del zapote no se define por un cambio súbito de color, sino por una serie de indicadores fisiológicos: el ablandamiento progresivo del fruto, el brillo de la superficie y el contenido de sólidos solubles, que puede superar el 20 %. Una recolección prematura conduce a frutos sin sabor pleno y textura harinosa; una tardía expone la fruta a la fermentación interna. Dado que el zapote es un fruto climatérico, su maduración continúa después de la cosecha, acompañada por una producción de etileno que intensifica el ablandamiento y el aroma. La manipulación poscosecha debe minimizar el daño mecánico y la deshidratación, pues la piel, aunque coriácea, es sensible a la compresión.

Tras la cosecha, el árbol entra en una fase de recuperación y acumulación de reservas, un periodo menos visible pero esencial para la sostenibilidad del cultivo. La fotosíntesis de las hojas persistentes restablece los niveles de almidón y azúcares en el sistema vascular, los cuales se almacenan en raíces y ramas. Durante este lapso, la planta consolida su estructura y prepara la siguiente brotación. En ecosistemas tropicales, el zapote no presenta un reposo absoluto, sino un reposo vegetativo relativo, caracterizado por una desaceleración del metabolismo más que por una suspensión completa del crecimiento. Este comportamiento le permite adaptarse a los regímenes variables de humedad y temperatura propios de su ambiente natural.

Cada etapa fenológica del zapote encierra un propósito biológico preciso: crecer, reproducirse, sobrevivir. No existe un momento del ciclo que no dependa de los anteriores ni que no condicione a los siguientes. La interacción entre luz, agua, nutrientes y tiempo orquesta un sistema de retroalimentación en el que la planta regula sus propias prioridades. Para el agricultor, conocer esas transiciones no implica solo medir días o grados de temperatura, sino interpretar los mensajes fisiológicos del árbol y responder a ellos con precisión técnica. El zapote, con su lento desarrollo y su fruto denso de azúcares, es un testimonio de equilibrio ecológico: una especie que sintetiza energía solar en dulzura tangible, y que recuerda que en la agricultura, como en el universo, cada proceso tiene su ritmo, su causa y su armonía interna.

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