La yaca (Artocarpus heterophyllus Lam.) se alza como un testimonio de adaptación fisiológica en los climas tropicales, y su desarrollo fenológico revela una estrategia compleja donde cada fase de crecimiento, floración y fructificación está finamente ajustada al entorno. La sucesión de sus etapas fenológicas no es meramente descriptiva sino funcional: reflejan cómo el árbol moviliza sus recursos internos ante estímulos externos como radiación, temperatura o nutrientes, con el fin de optimizar producción y supervivencia. Su ciclo no es anual sino plurianual, y esa latencia prolongada convierte cada transición en una ventana de intervención agronómica.
La brotación inicia el ciclo visible del cultivo. Durante la fase de desarrollo del botón o yema (estadio 0 según la escala BBCH extendida), el árbol activa sus meristemos latentes mediante la movilización de giberelinas y citoquininas, en respuesta a condiciones favorables de temperatura y humedad. Este evento permite que emerjan los cladodios o ramas jóvenes que conforman la estructura fotosintética principal. La importancia de este paso radica en que todo el periodo productivo subsecuente depende de una correcta formación de brotes vigorosos y de un equilibrio entre crecimiento y reserva de carbohidratos.
Una vez emergidos los brotes, se sucede el periodo de desarrollo del brote y crecimiento vegetativo (estadio 1), en el cual la planta incrementa su área foliar, establece nuevos nudos y ramas, y el sistema radical explora el suelo en busca de agua y nutrientes. Durante esta fase, el árbol produce hojas grandes, coriáceas, con una estrategia de fotoasimilación eficiente bajo altas radiaciones y apertura estomática reducida para conservar agua. La nutrición, especialmente la disponibilidad de nitrógeno y potasio, determina la densidad foliar y la potencialidad de fructificación futura. Una vegetación vigorosa y equilibrada es esencial para la siguiente transición reproductiva.
Simultáneamente comienza la etapa de desarrollo de hojas y ramas especializadas (estadio 3 y 4 de la escala BBCH), cuando el árbol consolida su estructura y prepara el terreno para la reproducción. En esta fase, la relación carbono-nitrógeno adquiere relevancia porque una proporción alta de azúcares disponibles favorece la diferenciación floral. Las ramas reproductivas especializadas se desarrollan mientras el árbol sigue acumulando reservas de reserva en bancos radiculares y en tejidos leñosos. Este periodo actúa como puente entre el crecimiento vegetativo y la fase de reproducción, siendo decisivo para la decisión de la planta entre seguir vegetando o iniciar floración.
La floración representa el cambio fisiológico donde el árbol desplaza su prioridad de crecimiento hacia la reproducción (estadio 6). Las inflorescencias surgen en caulifloría del tronco y ramas principales, mostrando flores masculinas y femeninas en el mismo individuo. La fecundación efectiva depende de una coincidencia de vigor floral, polinización adecuada y condiciones ambientales óptimas: temperaturas entre 20 y 30 °C y humedad relativa moderada favorecen el cuajado, mientras que estrés hídrico o térmico pueden provocar aborto floral y disminución de producción. Esta fase, aunque breve en términos de días, es decisiva para el número de frutos que se desarrollarán.
Tras la fecundación, el árbol entra en la etapa de desarrollo del fruto (estadio 7), durante la cual los ovarios fecundados se convierten en los grandes syncarpos que caracterizan a la yaca. En esta fase la planta invierte fuertemente en translocación de fotoasimilados hacia los frutos, que aumentan su volumen gracias a procesos de división y expansión celular, seguidos de acumulación de azúcares y compuestos aromáticos. El potasio y el calcio juegan un papel esencial en el mantenimiento de la turgencia y la calidad del fruto. Un manejo adecuado de agua es crítico: tanto el déficit como el exceso alteran la textura, sabor o la integridad del fruto.
La siguiente fase es la de maduración del fruto (estadio 8), momento en que se producen cambios bioquímicos intensos: disminuye la acidez, se acumulan azúcares simples, se sintetizan compuestos volátiles y la cáscara se torna amarillenta-parda. Aunque la yaca no es un fruto estrictamente climatérico en el sentido clásico, su madurez fisiológica implica una reducción de la respiración y una estabilización de los sólidos solubles, lo que define su calidad comercial. El momento óptimo de cosecha se relaciona con el contenido de sólidos, color, aroma y resistencia al transporte, y cada día de demora puede incrementar la degradación de la pulpa.
Finalmente, tras la cosecha, la planta entra en una fase de senescencia o reposo vegetativo, que en árboles tropicales como la yaca puede adoptar un carácter relativo más que una dormancia completa. Durante este periodo la planta moviliza nutrientes desde hojas y frutos remanentes hacia raíces y tejidos perennes, acumulando reservas que serán utilizadas en el siguiente ciclo. La calidad de esas reservas condiciona la brotación futura y, por ende, la productividad del árbol a mediano y largo plazo.
Las etapas fenológicas del cultivo de yaca ofrecen no solo un mapa de observación, sino un lenguaje funcional con el que la planta comunica sus necesidades y restricciones. Todo manejo agronómico —fertilización, riego, poda, cosecha— debe alinearse con esas fases para ser efectivo. El árbol no sigue un calendario humano, sino un reloj fisiológico basado en acumulación térmica, agua disponible y estado nutricional. Comprender ese reloj es convertir la biología vegetal en decisiones productivas.
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