El cultivo de Mangifera indica experimenta una sucesión de fases fenológicas que resultan fundamentales para diseñar estrategias de manejo precisas, optimizar rendimientos y asegurar la calidad del fruto. En primera instancia, la fase vegetativa comprende la aparición de brotes, la formación de hojas y crecimiento del tallo, junto con el desarrollo radicular y la acumulación de reservas en el árbol. Esta fase permite que la planta establezca un sistema de transporte interno eficiente, genere una densa masa fotosintética y acumule reservas de carbohidratos y nitrógeno que serán movilizadas durante la transición hacia la reproducción. Es esencial considerar que el vigor del árbol en esta etapa condiciona su capacidad para inducir la floración con éxito y para enfrentar los retos ambientales posteriores.
Una vez establecida una masa vegetativa adecuada, se activa la inducción floral, que en mango es un proceso complejo vinculado a factores climáticos como temperatura mínima, déficit hídrico moderado y balance nutricional. En este punto se desplaza el equilibrio hormonal y genético del árbol desde el crecimiento vegetativo hacia la iniciación de inflorescencias, en las cuales las yemas florales comienzan a diferenciarse. La aplicación de la escala fenológica BBCH‑scale al mango revela que las etapas de brotación y diferenciación floral pueden clasificar-se claramente entre los códigos 0 (desarrollo de yema) y 5 (emergencia de inflorescencia) según los registros cuantitativos. En esa fase de inducción, el árbol prepara las estructuras reproductivas en silencio, y el balance nutricional y la gestión hídrica pueden modular la intensidad de eventos subsecuentes.
Cuando las inflorescencias emergen y las flores se abren entra en juego la fase de floración y cuajado, que representa el puente entre desarrollo estructural y producción de fruto. Durante la floración, las inflorescencias femeninas y masculinas se expresan, se produce la polinización —que en planta de mango depende en buena medida de insectos— y el cuello del ovario se transforma en fruto joven. En esa fase se observan fenómenos de caída floral y antes de fruto que pueden reducir drásticamente la carga final. Estudios recientes evidencian que factores como el estrés térmico, nutricional o hídrico en esta fase incrementan la abscisión de flores y costes productivos. a transición entre floración y cuajado, que puede medirse bajo el código BBCH 6 (flor abierta) a 7 (cuajado de fruto), determina en gran medida el número de frutos que podrán desarrollarse hasta la madurez.
Tras el cuajado, la planta inicia la fase de crecimiento de fruto, durante la cual el ovario incrementa su tamaño mediante procesos de división celular, expansión y acumulación de materia seca, azúcares, agua y otros solutos. Este período puede variar según cultivar y condiciones ambientales, pero en general sigue un patrón sigmoidal de crecimiento donde la tasa de aumento es alta en la fase intermedia y se ralentiza al aproximarse la madurez. Durante esta etapa el balance entre crecimiento vegetativo y reproductivo, así como el aporte regulado de nutrientes como potasio, calcio y boro, se muestra decisivo para lograr calibre, peso y calidad óptimos del fruto. Sin una nutrición y riego adecuados, la fase de crecimiento puede presentar frutos retardados, con morfología defectuosa o reducción de rendimiento.
La siguiente etapa corresponde a la maduración fisiológica del fruto, momento en el que los procesos bioquímicos completan su curso: el mesocarpio incrementa sólidos solubles, los pigmentos se desarrollan, la textura se afina, el aroma se produce y el fruto adquiere su «estado óptimo» para cosechar. En el mango, este estadio puede identificar-se en la escala como BBCH 8 (madurez del fruto) y representa el fin de las transformaciones internas más intensas. Es en este punto donde la coordinación entre el árbol y la intensidad del ambiente se vuelve crítica: temperaturas elevadas, déficit hídrico o sobrecarga frutal pueden acelerar, demorar o deteriorar la fase de maduración, y por tanto afectar la calidad y vida útil poscosecha.
La cosecha constituye el estadio final del proceso fenológico en cuanto a producción, aunque el manejo poscosecha prolonga la vida comercial del fruto. El momento de cosecha debe fijarse con base en indicadores como contenido de sólidos solubles, firmeza, apariencia del color y desprendimiento. Una recolección prematura conduce a frutos inmaduros, mientras que una tardía expone el producto a pérdidas por sobremaduración. Además, tras la cosecha, el control de temperatura, humedad y daños mecánicos es vital para preservar el potencial adquirido mediante las etapas fenológicas previas. Aunque la poscosecha propiamente no es una fase fenológica de la planta misma, es la continuación de la dinámica productiva iniciada desde la brotación hasta la madurez.
La interpretación integrada de las etapas —vegetativa, inducción floral, floración-cuajado, crecimiento del fruto, maduración y cosecha-poscosecha— permite una visión holística del cultivo de mango, donde cada transición representa un cambio funcional que responde tanto a señales ambientales (como temperatura, agua, nutrientes) como endógenas (como hormonas, fotosíntesis, reservas). Por ejemplo, una inducción floral con deficiencia nutricional o sin riego adecuado puede comprometer la cantidad de inflorescencias viables; de igual modo, un crecimiento del fruto sin aporte adecuado de potasio o calcio implicará frutos de bajo calibre y calidad. Esta perspectiva demuestra que el seguimiento fenológico no es mera cronología, sino herramienta activa de gestión agronómica.
El monitoreo fenológico del cultivo de mango cobra especial relevancia en el contexto del cambio climático y de sistemas agrícolas que exigen mayor precisión. Al identificar con claridad en qué estadio se encuentra el huerto, el técnico puede adaptar riegos, fertilizaciones, podas y aplicaciones fitosanitarias al ritmo del árbol. Este enfoque reduce pérdidas, mejora la uniformidad de producción, incrementa la calidad de fruto y contribuye a la sustentabilidad del sistema. En definitiva, la fenología se revela como el mapa interno del árbol, una secuencia orquestada de eventos que, bien gestionada, conduce al óptimo rendimiento del cultivo de mango.
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