Etapas fenológicas del cultivo de maíz grano

Análisis fenológico: Etapas fenológicas del cultivo de maíz

El maíz (Zea mays L.) es más que un cultivo: es un sistema biológico de precisión, un organismo cuya arquitectura genética y fisiológica traduce la energía solar en alimento con una eficacia sin parangón entre las gramíneas cultivadas. Su ciclo de vida, desde la germinación hasta la madurez fisiológica, refleja la adaptación de una especie a los ritmos de la Tierra y a la intervención humana que, a lo largo de milenios, ha refinado su fenología para sincronizarla con las estaciones, el agua y la luz. Comprender las etapas fenológicas del maíz es comprender el diálogo constante entre genética, ambiente y manejo agronómico, donde cada fase del desarrollo vegetal es la consecuencia de una compleja integración de señales fisiológicas y ambientales.

El ciclo fenológico del maíz se estructura en dos grandes fases interdependientes: la vegetativa, orientada al crecimiento estructural y a la acumulación de biomasa, y la reproductiva, destinada a la formación y llenado del grano. Ambas están conectadas por una red de mecanismos bioquímicos que regulan la distribución de nutrientes, la fotosíntesis y el uso de energía. Esta organización no es estática; responde de manera dinámica a factores como la temperatura acumulada o los grados-día de desarrollo, un parámetro que expresa el progreso fenológico en función del calor disponible. Así, el tiempo biológico del maíz no se mide en días calendario, sino en unidades térmicas que determinan la velocidad de los procesos metabólicos.

La germinación marca el inicio del ciclo, cuando la semilla, en contacto con la humedad del suelo, reanuda su metabolismo y activa la síntesis de enzimas hidrolíticas que degradan las reservas del endospermo. Este proceso libera azúcares y aminoácidos que alimentan la expansión de la radícula y la emergencia de la plúmula. La germinación ocurre óptimamente entre 25 y 30 °C, pero se ve afectada por la estructura del suelo, la disponibilidad de oxígeno y la salinidad. Una germinación rápida y uniforme asegura una población homogénea, condición esencial para la competencia equilibrada entre plantas. Las primeras 48 horas son críticas: la absorción de agua debe superar el 30 % del peso de la semilla para activar los procesos bioquímicos que culminan en la emergencia.

Tras la emergencia, el maíz entra en la fase de crecimiento vegetativo, un periodo de intensa división celular y expansión foliar. Las hojas se despliegan de manera alternada sobre el tallo, y cada nueva hoja representa un estadio fenológico identificado como V1, V2, V3, y así sucesivamente, hasta que aparece la hoja bandera. Durante estas etapas, la planta establece su arquitectura definitiva: el sistema radical se profundiza, los haces vasculares se consolidan y el tallo adquiere rigidez estructural gracias a la acumulación de lignina y celulosa. En paralelo, los meristemos apicales permanecen en estado vegetativo, pero acumulan reservas energéticas y señales hormonales que más tarde permitirán la inducción floral.

El ritmo de crecimiento vegetativo depende de la eficiencia fotosintética, que en el maíz alcanza niveles excepcionales por su fisiología de tipo C4, un mecanismo bioquímico que concentra dióxido de carbono en las células del haz y reduce la fotorespiración. Esta adaptación confiere al maíz una ventaja competitiva en ambientes cálidos y soleados, ya que le permite mantener altos niveles de fijación de carbono aun con estomas parcialmente cerrados, reduciendo la pérdida de agua. La fase vegetativa culmina con la diferenciación de los órganos reproductivos en el meristemo apical, una transición regulada por la acumulación de giberelinas y la disminución de citoquininas, que desplazan el equilibrio hormonal hacia la floración.

La aparición del espigamiento (VT) señala el inicio de la fase reproductiva, momento en que la planta alcanza su máxima altura y su mayor área foliar. La espiga masculina, o panoja, emerge completamente y comienza la liberación de polen, un proceso que puede extenderse entre cinco y ocho días. Cada antera libera millones de granos de polen viables por pocas horas, y su sincronía con la emergencia de los estigmas en las mazorcas femeninas —conocida como emisión de “pelos” o silks— es fundamental para el éxito de la fecundación. La polinización cruzada, predominante en el maíz, depende del viento y de la proximidad entre plantas; cualquier desajuste temporal entre emisión de polen y receptividad de estigmas reduce drásticamente el número de granos fecundados por mazorca.

El periodo entre la emisión de polen y la fecundación constituye una de las fases más vulnerables del ciclo. El estrés hídrico o térmico en este intervalo puede causar esterilidad parcial o total. Las temperaturas superiores a 35 °C deterioran la viabilidad del polen, mientras que la falta de agua limita la expansión de los estigmas y su capacidad de captar el polen transportado por el aire. La planta responde a estas condiciones mediante ajustes fisiológicos: el cierre estomático reduce la pérdida de agua pero también la fotosíntesis, generando un desequilibrio entre la demanda energética del proceso reproductivo y la disponibilidad de carbohidratos. El resultado puede ser un menor número de granos o un tamaño de mazorca reducido, un reflejo directo de la vulnerabilidad fenológica en esta etapa crítica.

Tras la fecundación, se inicia el llenado de grano, proceso que transforma los fotoasimilados generados por las hojas en almidones, proteínas y aceites dentro de los endospermos en desarrollo. Esta fase se subdivide en varios estadios —R1 a R6— que representan la progresión del embrión desde la fecundación hasta la madurez fisiológica. Durante R1 (aparición de los estigmas visibles), los granos recién fecundados comienzan a dividirse activamente; en R2 (leche temprana), el contenido del grano es principalmente una suspensión de azúcares; en R3 (leche tardía), se inicia la conversión de estos en almidón; y en R4 (masa blanda), el grano adquiere consistencia firme. En R5 (masa dura), la acumulación de materia seca se desacelera y aparece la línea negra en la base del grano, indicador fisiológico de madurez en R6.

Durante el llenado, la planta actúa como un sistema de distribución energética de alta precisión. Las hojas funcionan como fuentes, mientras que las mazorcas y los granos en crecimiento son sumideros metabólicos. La eficiencia de este transporte depende del flujo a través del floema, regulado por gradientes osmóticos creados por la síntesis de sacarosa. Cualquier interrupción en este flujo, ya sea por deficiencias de potasio o por estrés ambiental, reduce el contenido final de materia seca. En este punto, la fotosíntesis alcanza su máximo rendimiento, y la senescencia foliar comienza solo cuando el grano ha completado la mayor parte de su llenado. La duración de esta etapa es un factor decisivo del rendimiento: un periodo largo de llenado, bajo condiciones óptimas de luz y agua, produce granos más densos y con mayor valor energético.

El balance hídrico durante la fase reproductiva determina la eficiencia del llenado. El maíz, aunque tolera cortos periodos de sequía, es extremadamente sensible al estrés hídrico durante R1 y R2. La reducción del potencial hídrico en el suelo disminuye el área fotosintética activa y acelera la senescencia prematura de las hojas basales. Por el contrario, el exceso de humedad puede afectar la aireación de las raíces y la absorción de nutrientes esenciales como el nitrógeno y el fósforo, alterando el metabolismo de las enzimas involucradas en la síntesis de almidón. De este modo, el riego y la fertilización deben coordinarse con precisión según los indicadores fenológicos observados en campo, un principio que hoy guía la agricultura de precisión y la modelización fenológica mediante sensores y satélites.

En la fase final, la madurez fisiológica se alcanza cuando el grano deja de recibir asimilados y el contenido de humedad desciende por debajo del 30 %. La planta completa entonces su función reproductiva, y el ciclo de vida del individuo se aproxima a su cierre. La senescencia se acelera por la degradación de la clorofila y la movilización de nutrientes residuales hacia los tejidos de reserva, en un proceso controlado por el aumento del ácido abscísico y la acumulación de especies reactivas de oxígeno. Lo que desde fuera parece un simple amarillamiento es, en realidad, la culminación de un sofisticado mecanismo de eficiencia biológica: el maíz ha transferido su energía vital al grano, garantizando la continuidad de la especie y la seguridad alimentaria de gran parte del planeta.

Las etapas fenológicas del maíz, codificadas en sistemas como la escala BBCH (que clasifica desde la germinación BBCH 00 hasta la madurez BBCH 89), permiten a la agronomía moderna sincronizar sus intervenciones con la fisiología real del cultivo. En este marco, cada práctica —desde la fertilización nitrogenada hasta la aplicación de reguladores de crecimiento— encuentra su momento óptimo dentro del tiempo biológico de la planta. Esta integración entre observación fenológica y manejo técnico es la esencia de la agricultura científica: una disciplina que no impone su ritmo a la naturaleza, sino que aprende a trabajar al compás de sus propios ciclos.

El maíz, en su secuencia de crecimiento, floración y madurez, condensa la historia evolutiva de la domesticación vegetal. Su fenología, precisa y predecible, es al mismo tiempo una expresión de su plasticidad biológica: puede adaptarse a desiertos, montañas o trópicos, siempre que el agricultor entienda los pulsos invisibles que gobiernan su desarrollo. Cada etapa de su ciclo es una lección de economía energética y adaptación, un recordatorio de que la agricultura no es una lucha contra la naturaleza, sino una colaboración con los ritmos que sostienen la vida.


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