La relación entre los primeros estudiosos de la zootecnia y el desarrollo de la agronomía moderna adquiere profundidad cuando se observa cómo sus ideas transformaron sistemas de producción animal que habían permanecido casi estáticos durante siglos. La necesidad de comprender los fundamentos biológicos que regulan el crecimiento, el comportamiento y la eficiencia productiva del ganado condujo a una revolución intelectual que colocó a los animales domésticos en el centro de un enfoque científico más amplio. A partir de esa inquietud, investigadores y ganaderos visionarios empezaron a cuestionar métodos tradicionales, abriendo paso a una disciplina que integró conocimiento genético, fisiológico y ecológico en favor de sistemas pecuarios racionales.
La transición resultó posible gracias a que muchos de estos pioneros habían observado, desde distintos territorios, que la productividad estaba limitada no por la ausencia de animales o de tierras, sino por la falta de comprensión sobre los procesos que sustentan la nutrición, la reproducción y el manejo de los rebaños. La domesticación temprana había generado razas adaptadas a climas específicos, pero no existía un marco conceptual que permitiera dirigir su evolución hacia objetivos productivos consistentes. Fue así como científicos como Robert Bakewell iniciaron el camino de la mejora sistemática, demostrando que la selección intencional podía fijar características y elevar la eficiencia sin incrementar de manera proporcional los recursos empleados.
La estrategia de Bakewell resultó revolucionaria porque introdujo el concepto de mejoramiento animal como un proceso acumulativo basado en la elección rigurosa de reproductores. Esta idea, que hoy parece evidente, implicaba una comprensión temprana de la heredabilidad de los rasgos, mucho antes de que la genética mendeliana fuera formalizada. Su insistencia en evaluar la calidad por rendimiento y no por apariencia anticipó el enfoque cuantitativo que luego transformaría la producción pecuaria. A partir de sus experimentos en ovejas y bovinos, se asentó la noción de que el manejo genético podía ser tan determinante como la alimentación o la sanidad.
El avance conceptual encontró un nuevo impulso gracias al posterior desarrollo de la fisiología animal. Investigadores como Claude Bernard y Wilhelm Pfeffer aportaron principios sobre la regulación interna de los organismos, lo que permitió comprender la importancia de los equilibrios metabólicos en la producción de carne, leche y trabajo. Sus aportes resultaron esenciales para iluminar la manera en que la homeostasis condiciona la expresión de rasgos productivos, revelando que el ambiente no solo limita, sino que también determina el potencial real de las razas.
A medida que se integraban esos conocimientos, surgió con claridad la necesidad de estudiar la alimentación animal desde una perspectiva química y energética. Justus von Liebig ya había vinculado la nutrición vegetal con principios bioquímicos, pero sería Wilbur Olin Atwater quien adaptaría ese marco conceptual a la dieta del ganado, sentando bases para el cálculo de requerimientos energéticos y de proteínas. La introducción de sistemas de evaluación nutritiva permitió comparar forrajes, formular raciones y entender por qué algunos animales respondían mejor a ciertos alimentos que a otros, un aspecto fundamental para consolidar la eficiencia de los nuevos sistemas de producción.
Esa revolución nutritiva se conectó con otra preocupación creciente: el control de enfermedades. La mortalidad en el ganado representaba pérdidas devastadoras que podían arruinar a comunidades enteras. Figuras como Louis Pasteur y Robert Koch establecieron las bases de la microbiología moderna, revelando que muchas enfermedades animales eran causadas por agentes específicos que podían prevenirse y controlarse. La aparición de las primeras vacunas pecuarias marcó un antes y un después: la zootecnia adquirió herramientas para resguardar su capital biológico con un fundamento experimental, lo que permitió que la producción animal se volviera más estable y predecible.
Mientras tanto, investigadores en distintos continentes empezaron a notar que la eficiencia productiva dependía no solo de los individuos, sino también del manejo integral de los rebaños. El desarrollo de la etología aplicada aportó una visión novedosa: el comportamiento animal influye de manera directa en el bienestar, la reproducción y la conversión alimenticia. Estudiosos como Konrad Lorenz y Nikolaas Tinbergen demostraron que cada especie posee patrones conductuales que pueden optimizarse con ambientes adecuados, reduciendo estrés y mejorando el desempeño. Este enfoque abrió la puerta a prácticas más humanitarias y al mismo tiempo más eficientes, como el diseño de corrales que consideran la percepción visual y táctil del ganado.
En paralelo, la expansión del comercio global exigió animales capaces de adaptarse a distintos climas y sistemas agrícolas. Países con territorios vastos y heterogéneos, como Estados Unidos o Brasil, impulsaron los primeros programas formales de evaluación genética, lo que llevó al establecimiento de registros productivos y pruebas de desempeño. Estas iniciativas consolidaron la figura del zootecnista como profesional capaz de integrar datos, interpretar comportamientos poblacionales y proyectar mejoras a largo plazo, una capacidad que permitiría vincular ciencia y producción de manera directa.
La transformación alcanzó tal magnitud que la zootecnia se convirtió en un campo esencial para abordar desafíos globales como la sostenibilidad de los sistemas pecuarios. Las investigaciones sobre ecología y uso eficiente de recursos ofrecieron nuevas perspectivas, en las que la productividad debía equilibrarse con la conservación de suelos, agua y biodiversidad. Científicos interesados en la dinámica de pastizales, como Frederic Clements y Aldo Leopold, contribuyeron con modelos que permitían comprender la interacción entre herbívoros y ecosistemas, mostrando que la ganadería podía actuar como un modulador ecológico y no necesariamente como un agente degradador.
El vínculo entre ecología y producción animal llevó a refinar sistemas de pastoreo racional, que integraban rotaciones, cargas animales flexibles y la recuperación natural de los forrajes. Esa aproximación proporcionó una alternativa al modelo intensivo industrial, ofreciendo soluciones adaptadas a regiones con recursos limitados. La comprensión de las interacciones tróficas y del papel de los rumiantes en el ciclo del carbono amplió la visión de los pioneros, que empezaban a concebir la ganadería como un proceso sistémico más que como la simple acumulación de animales.
A lo largo del tiempo, el avance de la biotecnología consolidó aún más el trabajo de quienes habían sentado las bases conceptuales. La irrupción de técnicas como la inseminación artificial, la transferencia de embriones y la caracterización molecular de genes productivos transformó la velocidad del mejoramiento. Estos progresos no surgieron de la nada, sino que se apoyaron en principios establecidos desde los primeros pasos de la genética poblacional y la fisiología reproductiva. Cada innovación reflejaba una deuda intelectual con aquellos investigadores que, siglos atrás, se habían atrevido a observar a los animales no solo como recursos, sino como organismos complejos cuya eficiencia dependía de su biología integral.
La zootecnia actual, cada vez más apoyada en herramientas digitales y análisis predictivos, sigue basándose en los principios delineados por esos pioneros que unieron el conocimiento científico con las necesidades prácticas de las comunidades rurales. Su legado persiste en la búsqueda de sistemas de producción que combinen productividad, bienestar y sostenibilidad, una tríada que continúa guiando la agricultura del presente.
- Baker, T. (1998). Foundations of Animal Husbandry. Oxford University Press.
- Clements, F. (1916). Plant Succession: An Analysis of the Development of Vegetation. Carnegie Institution.
- Leopold, A. (1949). A Sand County Almanac. Oxford University Press.
- Lorenz, K. (1952). King Solomon’s Ring. Methuen.
- Pasteur, L. (1880). Studies on Anthrax Vaccination. Paris Academy of Sciences.
- Tinbergen, N. (1951). The Study of Instinct. Oxford University Press.
- von Liebig, J. (1840). Organic Chemistry in Its Application to Agriculture and Physiology. Taylor and Walton.

