Los pioneros de la agronomía en la rama de recursos naturales

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La noción de recursos naturales dentro de la agronomía surgió como una respuesta directa a la comprensión de que la agricultura no es únicamente un acto de producción, sino una interacción compleja con sistemas vivos cuya estabilidad determina el futuro de las sociedades humanas. A medida que la ciencia avanzaba y revelaba la finitud de los suelos fértiles, el carácter vulnerable de las cuencas hidrográficas y la interdependencia entre vegetación y clima, emergieron figuras que transformaron esta intuición dispersa en un cuerpo sistemático de conocimientos. Su legado constituye hoy uno de los pilares de la gestión sostenible, un término que ellos no siempre pronunciaron, pero cuyo espíritu impregnó su trabajo.

El recorrido suele iniciar con la figura de George Perkins Marsh, quien a mediados del siglo XIX advirtió que la deforestación masiva no solo erosionaba el suelo, sino que alteraba patrones hidrológicos y ciclos biogeoquímicos completos. Su perspectiva era radical para la época porque proponía ver los paisajes como entidades dinámicas que responden a las presiones humanas con consecuencias acumulativas. Esa comprensión abrió la puerta a una visión protoecológica que más tarde sería retomada por científicos que formalizaron el estudio de la interacción suelo-agua-vegetación dentro del campo agronómico.

La consolidación de esta mirada recibió un impulso decisivo con Hugh Hammond Bennett, considerado padre de la conservación de suelos. Sus campañas científicas demostraron que la degradación no era un proceso inevitable, sino el resultado de prácticas agrícolas inapropiadas. Al documentar meticulosamente la pérdida de la capa arable y el avance de la desertificación, Bennett transformó un problema percibido como local en una preocupación nacional y luego global. Su insistencia en implementar curvas a nivel, rotaciones diversificadas y manejo integrado de cuencas introdujo la idea de que el suelo es un recurso renovable, pero únicamente bajo esquemas de manejo inteligente.

Mientras tanto, en paralelo, otros científicos ampliaban el enfoque para incorporar la dimensión hidrológica. John Wesley Powell fue uno de los primeros en proponer que las regiones áridas debían gestionarse con base en sus cuencas y no en principios administrativos arbitrarios. Su postulado implicaba reconocer el agua como un recurso limitante cuyo uso debía planificarse en función de la capacidad real de los ecosistemas y no de los deseos económicos de los colonos. Este principio, hoy fundamental en la planificación hídrica, asentó un modelo de análisis territorial que aún guía la agricultura de regadío en zonas críticas.

El siglo XX vio emerger una nueva generación de pioneros que se adentró en la complejidad ecológica del paisaje agrícola. Aldo Leopold otorgó a la agronomía de recursos naturales una base ética al introducir la visión de que los humanos forman parte de una “comunidad biótica” y, por tanto, deben asumir responsabilidades funcionales dentro de ella. Su afirmación de que lo correcto es aquello que preserva la “integridad, estabilidad y belleza” de los sistemas ecológicos parece, a primera vista, una frase filosófica; sin embargo, su contenido científico es profundo. Anticipaba nociones modernas de resiliencia ecosistémica y de servicios ambientales, conceptos que hoy orientan decisiones en regiones agrícolas presionadas por el cambio climático.

A medida que la comprensión del suelo continuaba expandiéndose, Hans Jenny aportó un salto conceptual mediante la formalización de los factores que controlan la formación de los suelos. Su modelo ‘clorpt’ introdujo variables como el clima, los organismos y el relieve, articulando una teoría que permitió vincular procesos geofísicos con patrones de fertilidad y productividad agrícola. Esta visión sistémica impulsó el estudio de la edafodiversidad, un término que describe la amplia variabilidad de suelos presentes en un territorio y que, aplicado a la agronomía, permite diseñar manejos diferenciados y adaptativos.

El trabajo de Jenny encontró resonancia en pioneros latinoamericanos como Efraín Hernández Xolocotzi, quien integró conocimientos campesinos con metodologías científicas modernas. Su enfoque etnoecológico reconoció el valor de los saberes locales para gestionar recursos de manera eficiente, especialmente en zonas donde la biodiversidad y las tradiciones agrícolas evolucionaron juntas durante milenios. La idea de que los agricultores son co-creadores del paisaje y no simples usuarios fue una de sus contribuciones más influyentes, adelantándose a las actuales corrientes de agroecología funcional.

En el ámbito hidrológico, Luna Leopold profundizó la relación entre agricultura y dinámica fluvial. Su trabajo ilustró cómo las prácticas agrícolas afectan la geomorfología de los ríos, modifican la disponibilidad de nutrientes y alteran la estructura de los ecosistemas ribereños. La comprensión de estas conexiones introdujo una perspectiva integral de manejo de cuencas, integrando el monitoreo de caudales, los balances sedimentarios y la calidad del agua como elementos inseparables de la productividad agrícola sostenible.

Más recientemente, figuras como Pedro Sánchez han extendido la frontera del conocimiento hacia los suelos tropicales, ambientes históricamente subestimados por su acidez o baja fertilidad. Sus investigaciones demostraron que incluso suelos altamente meteorizados pueden sostener sistemas agrícolas intensivos si se aplican estrategias adecuadas de enmiendas minerales, manejo del carbono y diversificación de cultivos. Este enfoque impulsó programas internacionales que buscan restaurar millones de hectáreas degradadas mediante intervenciones basadas en ciencia aplicada y contexto sociocultural.

Cada una de estas contribuciones, desde la alerta temprana de Marsh hasta la investigación contemporánea en resiliencia paisajística, converge en un principio unificador: los recursos naturales no son un simple telón de fondo para la producción agrícola, sino su fundamento operativo. El suelo, el agua, la biodiversidad y la atmósfera se comportan como sistemas interconectados cuya funcionalidad depende de retroalimentaciones frágiles. Esta interdependencia, que en ocasiones pasa desapercibida en la toma de decisiones políticas o económicas, constituye el núcleo de la agronomía moderna.

La disciplina avanzó, así, desde una visión utilitarista hacia una concepción holística que reconoce que cualquier intervención agrícola tiene efectos ecológicos que se propagan —a veces de forma lenta, a veces abrupta— a través del tiempo y del espacio. Los pioneros de la agronomía en recursos naturales fueron quienes describieron las primeras líneas de estos vínculos. Entendieron que los sistemas agrícolas no pueden replicarse indefinidamente sin atender los ciclos del nitrógeno, las rutas del agua subterránea, la estructura de los horizontes del suelo o la estabilidad de los hábitats circundantes.

Y quizá su mayor legado es haber demostrado que el verdadero progreso agronómico no surge de la explotación intensiva, sino del conocimiento profundo que permite armonizar producción y conservación. Sus ideas, aunque formuladas en épocas distintas y mediante metodologías diversas, convergen en la convicción de que la agricultura es tanto una ciencia aplicada como un acto de responsabilidad ecológica. Una responsabilidad que continúa ampliándose a medida que los desafíos ambientales crecen y que invita a nuevas generaciones a explorar, con rigor y creatividad, el vasto territorio donde confluyen los recursos naturales y la producción de alimentos.

  • Marsh, G. P. (1864). Man and Nature. Charles Scribner.
  • Bennett, H. H. (1939). Soil Conservation. McGraw-Hill.
  • Powell, J. W. (1878). Report on the Lands of the Arid Region. U.S. Government Printing Office.
  • Leopold, A. (1949). A Sand County Almanac. Oxford University Press.
  • Jenny, H. (1941). Factors of Soil Formation. McGraw-Hill.
  • Hernández Xolocotzi, E. (1985). Etnoecología y agricultura tradicional. Colegio de Posgraduados.
  • Leopold, L. B. (1964). Fluvial Processes in Geomorphology. W.H. Freeman.
  • Sánchez, P. A. (1976). Properties and Management of Soils in the Tropics. Wiley.