La guanábana (Annona muricata L.), con su fruto aromático y de pulpa blanca, es una especie tropical que revela, en su complejidad fisiológica, la arquitectura del tiempo biológico adaptado a las pulsaciones del trópico. Perteneciente a la familia Annonaceae, este árbol perenne distribuye su actividad metabólica en una serie de etapas fenológicas que no obedecen a las estaciones marcadas, como sucede en los frutales de climas templados, sino a un equilibrio dinámico entre humedad, temperatura y radiación solar. Comprender estas fases no solo permite optimizar el rendimiento agrícola, sino también descifrar el modo en que la guanábana traduce los ritmos ambientales en señales bioquímicas, una danza silenciosa de energía y materia que refleja la esencia de la vida vegetal en los trópicos.
El ciclo fenológico de la guanábana puede dividirse en fases interdependientes: brotación, floración, cuajado, desarrollo y maduración del fruto, seguidas por periodos de descanso relativo. Sin embargo, a diferencia de las especies caducifolias, la guanábana mantiene un flujo metabólico continuo, con brotes, flores y frutos coexistiendo en el mismo árbol. Esta superposición fenológica responde a un patrón evolutivo que maximiza la reproducción bajo condiciones ambientales impredecibles. La plasticidad fenológica de la especie constituye una estrategia adaptativa frente a la variabilidad climática tropical, donde la disponibilidad de agua y la estabilidad térmica definen el éxito fisiológico más que la duración del día o la estación del año.
El inicio del ciclo ocurre con la brotación, un proceso que surge de la activación de yemas axilares o terminales estimuladas por incrementos en la temperatura y en la humedad del suelo. Durante esta fase, la síntesis de giberelinas y citoquininas regula la expansión celular y la diferenciación de tejidos, mientras que la disponibilidad de reservas de carbohidratos acumuladas en raíces y tallos determina la intensidad del rebrote. La guanábana presenta brotaciones múltiples a lo largo del año, pero su periodicidad se acentúa tras episodios de lluvia o podas, que rompen la dominancia apical y redistribuyen el flujo de auxinas. La fisiología de la brotación ilustra una tensión constante entre crecimiento y conservación, en la que la planta decide, mediante mecanismos hormonales, si invertir energía en expansión vegetativa o en reproducción.
El paso siguiente es la floración, etapa crucial en la determinación del rendimiento. Las flores, grandes y carnosas, se desarrollan solitarias o en pequeños grupos a lo largo de las ramas viejas, emergiendo directamente del tallo, una característica conocida como caulifloria. Esta disposición tiene un valor adaptativo evidente: facilita el acceso de polinizadores de baja movilidad, como los coleópteros del género Nitidulidae, que cumplen un papel esencial en la fecundación. La guanábana es una especie protógina, lo que significa que el estigma madura antes que las anteras, impidiendo la autopolinización efectiva y favoreciendo la cruzada. Sin embargo, la eficiencia de este proceso depende de la coincidencia temporal entre la apertura floral femenina y la actividad de los insectos polinizadores, un delicado sincronismo que el cambio climático amenaza al alterar los patrones de temperatura y humedad nocturna.
Durante la floración, la planta experimenta una fuerte demanda de nutrientes y agua, y cualquier desequilibrio fisiológico puede afectar la viabilidad del polen o la receptividad estigmática. En condiciones de estrés hídrico, los estomas tienden a cerrarse, limitando la fotosíntesis y reduciendo la producción de azúcares que sostienen la formación floral. Por otro lado, un exceso de nitrógeno puede inducir un crecimiento vegetativo excesivo a costa del desarrollo reproductivo. El manejo agronómico debe, por tanto, buscar un balance nutricional que optimice la floración sin comprometer la estabilidad fisiológica del árbol. La observación de los fenofases florales —desde la yema floral hinchada hasta la flor completamente abierta— permite ajustar las prácticas de fertilización y riego con una precisión casi fisiológica.
Tras la fecundación se inicia el cuajado del fruto, proceso que marca la transición entre la fase reproductiva y la de crecimiento. Solo una fracción mínima de las flores fecundadas llega a formar frutos viables; el resto cae debido a la competencia interna por asimilados. Este fenómeno, conocido como abscisión fisiológica, responde a una estrategia evolutiva que prioriza la calidad sobre la cantidad. El fruto en formación, de naturaleza sincárpica, surge de la fusión de numerosos carpelos, cada uno con su semilla potencial. Su desarrollo depende de una compleja interacción entre fitohormonas —especialmente auxinas, giberelinas y ácido abscísico—, que coordinan el crecimiento celular, la expansión del pericarpio y la diferenciación de los tejidos internos. Durante esta etapa, la regulación hídrica es crítica: el déficit de agua reduce el tamaño final del fruto, mientras que el exceso favorece la aparición de enfermedades fúngicas y el agrietamiento de la epidermis.
El desarrollo del fruto se extiende por un periodo de entre 100 y 150 días, dependiendo de la temperatura y la humedad ambiental. La velocidad de crecimiento sigue un patrón sigmoidal, con una fase inicial de división celular intensa, seguida de expansión y, finalmente, de maduración fisiológica. En la guanábana, la acumulación de azúcares reductores y la disminución progresiva de los ácidos orgánicos —particularmente el málico y el cítrico— determinan el sabor final del fruto. Paralelamente, los compuestos volátiles responsables de su aroma característico, como los ésteres y lactonas, se sintetizan en proporciones que varían con la temperatura del entorno. Las variaciones térmicas diurnas amplias favorecen una mayor complejidad aromática, mientras que la exposición a radiación solar excesiva puede provocar daños en la epidermis y alteraciones en la pigmentación del exocarpo.
La maduración constituye una etapa fisiológicamente diferenciada, donde el fruto, aunque no climatérico, muestra un incremento moderado en la actividad respiratoria. A nivel bioquímico, se produce la despolimerización de pectinas y la degradación parcial de hemicelulosas, procesos que suavizan la textura de la pulpa. En paralelo, la síntesis de etanol y acetaldehído en condiciones de hipoxia contribuye a los matices aromáticos del fruto maduro. La maduración, sin embargo, no ocurre de manera uniforme dentro del mismo árbol, lo que plantea un desafío en la programación de la cosecha. Los agricultores deben apoyarse en indicadores externos —como el color, la consistencia del fruto y el contenido de sólidos solubles— para determinar el punto óptimo de recolección, ya que una cosecha prematura reduce el sabor, mientras que una tardía acorta la vida poscosecha.
La fenología de la guanábana no culmina con la cosecha. El árbol entra en una fase de recuperación fisiológica, en la que reorienta el flujo de fotoasimilados hacia las raíces y estructuras perennes, restableciendo las reservas energéticas utilizadas durante la fructificación. Este periodo es esencial para sostener la continuidad productiva en cultivos multianuales. La actividad cambial se mantiene constante, reparando tejidos dañados y fortaleciendo el sistema vascular para el siguiente ciclo. En climas con marcada estacionalidad hídrica, este proceso se sincroniza con la disminución de la precipitación, permitiendo que el árbol reduzca su transpiración y conserve agua mediante ajustes osmóticos en las hojas. La resiliencia fisiológica de la guanábana reside precisamente en esta capacidad de adaptación: un equilibrio entre crecimiento activo y ahorro energético.
En el manejo técnico, las etapas fenológicas se utilizan como referencia para calendarizar prácticas agronómicas con precisión fisiológica. El monitoreo del desarrollo floral y frutal permite definir momentos críticos para la aplicación de fertilizantes foliares, el control de plagas como Cerconota anonella y la implementación de riegos diferenciados. Las escalas fenológicas propuestas para la guanábana —inspiradas en el sistema BBCH utilizado en cultivos de clima templado— permiten describir con exactitud desde la brotación (BBCH 07) hasta la madurez de cosecha (BBCH 89). Esta codificación, más que una herramienta descriptiva, constituye un puente entre la biología del árbol y la toma de decisiones agronómicas, un lenguaje técnico que traduce los procesos invisibles de la planta en acciones concretas sobre el terreno.
La comprensión profunda de las etapas fenológicas de la guanábana abre una vía de interpretación del vínculo entre fisiología vegetal y ambiente tropical. En cada brote que emerge, en cada flor que se abre o fruto que madura, se refleja un diálogo entre la genética de la especie y las oscilaciones del clima. La guanábana no responde al calendario humano, sino a un sistema de relojes internos ajustados por la temperatura, la humedad y la luz. Cada fase, en su precisión y su vulnerabilidad, es un recordatorio de la dependencia entre la agricultura y los ritmos planetarios: una coreografía molecular que sostiene el equilibrio de la vida en los trópicos, donde el tiempo no se mide en estaciones, sino en pulsos de energía, hojas nuevas y frutos que maduran bajo el sol.
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