La disciplina de los recursos forestales como rama de la agronomía redefine la forma en que concebimos los paisajes agrícolas al integrar los ecosistemas boscosos con los sistemas de cultivo, producción y manejo de la tierra. Esta perspectiva no se limita solamente al estudio tradicional de cultivos o suelos, sino que enfoca la agronomía hacia una visión más amplia en la cual los bosques, los árboles y los sistemas forestales aportan servicios, sinergias y verdades técnicas que enriquecen la productividad, la salud del suelo y la resiliencia del territorio. Al situar los sistemas forestales en el centro del análisis agronómico, la disciplina adopta una dimensión más compleja y estratégica.
Una de las principales contribuciones de los recursos forestales a la agronomía es el fortalecimiento de la sostenibilidad ecológica mediante la integración de bosques, árboles y cultivos en sistemas mixtos o de agroforestería. Esta integración permite optimizar la utilización del suelo, el agua y la luz, mejorar la biodiversidad, controlar la erosión y aumentar el secuestro de carbono. Las prácticas de agroforestería muestran que cuando cultivos y árboles coexisten —por ejemplo, en sistemas de corcheras, silvopastoreo o franjas protectoras— los beneficios agronómicos incluyen mejor estructura del suelo, mayor retención hídrica y mejora de la salud del ecosistema. De esta manera, la agronomía que incluye recursos forestales no solo produce, sino que conserva.
En la gestión del agua y del clima local, los sistemas forestales ofrecen a la agronomía un factor regulador clave para la productividad agrícola. Los árboles influyen en el ciclo hidrológico, mejoran la infiltración, moderan los vientos, estabilizan la temperatura del suelo y generan microclimas más favorables al cultivo. Estas funciones reducen el estrés hídrico, incrementan la eficiencia del riego, y mejoran la disponibilidad de humedad para las plantas agrícolas vecinas. Así, la agronomía que considera los recursos forestales en su diseño adquiere una capacidad de ajustar sus estrategias frente al ambiente de una manera más refinada y adaptativa.
Los recursos forestales también permiten ampliar la agronomía hacia la diversificación productiva y de ingreso, al incorporar el valor de productos maderables, no maderables, servicios ecosistémicos y paisajes multifuncionales. En este esquema los agrónomos no solo optimizan el rendimiento de un cultivo anual, sino que diseñan sistemas donde los árboles aportan madera, frutos, resinas, sombra, hábitat y refugio para polinizadores o fauna auxiliar. Esta diversificación mejora la rentabilidad, reduce el riesgo y eleva la pertinencia del sistema agrario en contextos sociales diversos. Por tanto, los recursos forestales amplían el horizonte técnico y económico de la agronomía.
Además, la integración de sistemas forestales genera una mayor resiliencia frente al cambio climático y a los eventos extremos, hecho que la agronomía se ve obligada a considerar cada vez más. Los árboles actúan como amortiguadores de tensiones ambientales al regular la radiación, disminuir la evaporación, capturar carbono y almacenar nutrientes. Este aporte es esencial cuando la agronomía aborda la variabilidad hidrometeórica, la intensificación de sequías o el incremento de tormentas. Incorporar recursos forestales significa diseñar sistemas agrícolas que no solo producen bajo condiciones ideales, sino que sostienen la producción bajo incertidumbre.
La incorporación de los recursos forestales en la agronomía también exige un conocimiento profundo de la ecología del suelo y de la materia orgánica, pues los bosques modifican las características edáficas mediante acumulación de hojarasca, actividad microbiana, formación de humus y mejoramiento de la estructura del suelo. Para los agrónomos es relevante entender estos procesos porque permiten diseñar sistemas agrícolas más saludables: rotaciones que incluyan árboles, cobertura vegetal permanente, sistemas mixtos y laboreo reducido. Así, la agronomía se fortalece al incorporar ciclos orgánicos más complejos mediadas por los recursos forestales.
Desde un punto de vista operativo, los recursos forestales aportan a la agronomía la capacidad de diseñar paisajes productivos integrados, donde los cultivos, los bosques y las prácticas agrarias coexisten y se retroalimentan. Esto implica que el agrónomo ya no diseña parcelas aisladas, sino sistemas de gestión del territorio que combinan producción, conservación, infraestructura verde, biomasa residual y flujos de nutrientes. Esta visión sistémica refuerza la agronomía como ciencia del diseño y la operación del paisaje, y los recursos forestales se convierten en componentes estructurales de los sistemas agrícolas del siglo XXI.
No obstante, esta integración presenta desafíos técnicos, institucionales y de formación. Es necesario que los agrónomos desarrollen competencias en silvicultura, manejo de bosques, diseño paisajístico, análisis de servicios ecosistémicos y evaluación de impacto ambiental. Además, la agronomía debe incorporar nuevas metodologías de monitoreo, modelización de sistemas mixtos cultivo-bosque y herramientas de gestión territorial que contemplen los recursos forestales como variables activas. Superar estos retos permitirá que los aportes de los recursos forestales se traduzcan en resultados concretos y escalables.
Al integrar los recursos forestales, la agronomía adquiere una dimensión más amplia: no solo optimiza un cultivo o una parcela, sino que gestiona sistemas funcionales, resilientes y diversos. La práctica agronómica se extiende hacia la combinación productiva de árboles, cultivos y ganado, hacia la generación de paisajes más ricos y sistemas más capaces de enfrentar los retos ambientales, sociales y económicos. Los recursos forestales aportan al campo agrícola una paleta técnica más compleja, una visión más integradora y una capacidad mayor para diseñar en función de múltiples variables.
Existe así un nuevo paradigma agronómico en el cual los recursos forestales no son periféricos, sino centrales para construir sistemas agrícolas sostenibles, productivos y adaptativos. Cuando la agronomía los considera como ejes de diseño, la producción alimentaria se ubica dentro de un sistema vivo y cambiante, y la técnica agronómica se vuelve más consciente del paisaje, del tiempo, de los procesos ecológicos y del valor a largo plazo. Esta transformación potencia el rol del agrónomo como agente de innovación, diseño de sistemas y gestor de recursos múltiples.
Por contrapartida, la agronomía que ignora los recursos forestales se arriesga a operar en un paradigma limitado, menos adaptativo y con menor capacidad de aprovechar sinergias ecológicas. Incorporar árboles, bosques y sistemas mixtos abre caminos hacia una agronomía más eficiente, diversificada y sostenible. Los recursos forestales, en última instancia, amplían el campo técnico de la agronomía, elevan sus exigencias y sus oportunidades, y permiten responder a los grandes desafíos de la producción agrícola en un mundo en transformación.
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